Susana Beatriz Rizzo Ghio es conocida popularmente por su apellido de casada, y, por ello, su marca personal ha sido, históricamente, Susana Yópolo. La modista de alta costura se formó en la materia desde la pre adolescencia, participó de desfiles e inauguró su taller propio hace 35 años donde, además de trabajar incansablemente en cientos de vestidos para diferentes localidades y celebraciones, formó a sus alumnas con el saber hacer tan particular de la disciplina.
En un mundo que exige suma dedicación y pasión, la costurera allanó su camino hasta materializar su principal ambición, vestir a quinceañeras y novias, por lo que se aún se destaca en la actualidad.
No hay en Susana otro sentimiento más saliente que el amor por lo que hace desde muy joven. Pocas horas de sueño, mucho esfuerzo, trabajo en solitario y apoyo de sus seres queridos son algunos de los elementos que lleva en su mochila, que, aunque le resulte difícil, planea dejar para dar lugar a nuevos proyectos y dedicar su tiempo al ocio.
Un sueño, un propósito
“Me gustan los trapos desde muy chica” señaló la costurera, que vestía a las muñecas de pequeña y a principios de los sesenta, con 12 años y mientras finalizaba sus estudios primarios en la Escuela N° 18, ingresó a un curso nocturno para aprender corte y confección. “Yo quería vestir novias y quinceañeras”, afirmó Susana, que para entonces ya cosía prendas de uso diario, pero soñaba en grande, y trabajaba para lograrlo.
Años más tarde, cuando contrajo matrimonio, el vestido se lo confeccionó ella misma, y, sin saberlo, empezó a allanar su camino hacia su principal ambición. Es que, a partir de entonces, empezó a realizar trabajos para sus amigas y allegadas, y su estilo y habilidad le otorgó rápidamente popularidad.
“En Junín había modistas, pero la novia debía hacer gran parte del trabajo”, explicó Susana, que detalló que se acostumbraba que el cliente comprara la tela, fuera a la mercería y se encargara de todos los materiales. “Yo quería ir más allá”, puntualizó, y fue precisamente lo que logró.
“Empecé a traer telas de Buenos Aires y le di otra posibilidad a los clientes”, afirmó, puesto que optó por la comodidad de las novias y quinceañeras para que, “tras tomarse algunas medidas, ya tuvieran el vestido”.
Pero convertirse en una modista de alta costura no fue tarea simple. Susana destacó que realizó numerosos cursos y ciclos de formación, e incluso formó parte de la escuela y el staff de Roberto Piazza. Al respecto, destacó que forjó amistades y aprendió los aspectos técnicos de la disciplina, en lo que definió como “una experiencia muy linda”, incluso participando de desfiles.
Un arte
“La costura es muy personalizada”, destacó Susana, puesto que solo con “puntadas tras puntadas” se puede lograr el vestido ideal para una persona en particular, y, por ello, afirmó que “es un arte” que demanda de una técnica y conocimiento específicos.
Asimismo, explicó que, tanto para un casamiento como para un cumpleaños de 15, se trata de “un vestido que se usa una sola vez, pero queda para toda la vida”, y por ello considera fundamental reparar en cada detalle. Es ineludible que la mano de una costurera es irremplazable y, a pesar de la maquinización, la técnica manual es de suma relevancia en el campo.
En dicho sentido, Susana destacó que, aunque “en la zona hay muy lindas prendas, nada reemplaza a la vestimenta personalizada”, para la cual se toma cada medida, y se piensa acorde a la persona que la lucirá. “A mí nunca me faltó trabajo, al contrario” explicó la costurera, que ha visto siempre intensificarse la demanda, particularmente para las fiestas de fin de año.
Por su parte, su extensa carrera le ha permitido formar parte, con sus producciones, de miles de fiestas y celebraciones, tanto en Junín como en otras localidades. “Tengo la satisfacción de coser vestidos para la tercera generación de clientas”, afirmó Susana, que lo considera “un orgullo”.
Sacrificio
“Siempre trabajé todo el día”, afirmó la costurera, que hace muchos años montó el taller en su casa, lo que significó mayor comodidad, aunque también mayor esfuerzo y dedicación. Con el atelier en su domicilio, explicó que le da “mayor comodidad a las clientas”, quienes, en muchos casos, la visitan los domingos. “Trabajo muy bien en casa”, agregó.
Cabe señalar que Susana se dedica exclusivamente a la alta costura, con su propio taller, hace 35 años, y, desde entonces, el ritmo de trabajo ha sido intenso, y la cifra de encargues ha ido en aumento. “Durante muchos años, en mi agenda figuraban cuatro vestidos todos los sábados, de enero a enero”, destacó, y señaló que, en el momento más saliente de su carrera “dormía tres horas diarias”, lo que describió como “una locura”.
En dicho sentido, afirmó que es necesaria mucha pasión para llevar a cabo la tarea, pero señaló que “brinda mucha satisfacción”, porque trabaja con un aspecto muy importante. “Es un placer, yo vendo felicidad”, agregó Susana, que se mostró agradecida de formar parte de “un mundo de telas, botones, costuras, centímetros, tijeras y agujas” desde hace tiempo. “Ver feliz a la otra persona me hace feliz”, expresó, en relación a sus clientas, muchas de las cuales la invitan a su fiesta para hacer los cambios de vestimenta durante la noche.
Sus trabajos también llegaron a otras localidades, y Yópolo destacó que atendió clientes de muchas ciudades, tales como General Villegas, Pinto, Arribeños, Ascensión, Saforcada e, incluso, La Plata, Buenos Aires y Mendoza.
Asimismo, dichos encargues, sumados a los locales, le significaron un ritmo de trabajo mayor, y por ello, durante muchos años, la costurera contó con empleadas. Actualmente, destacó que trabaja sola, y una amiga la acompaña en su labor diaria, por lo que también adapta su producción y toma “una determinada cantidad de pedidos” para poder cumplir con ello.
“Para mí es el trabajo más lindo que pueda existir”, expresó.
Enseñanza
Durante gran parte de su carrera, Susana dictó clases sobre la materia en su taller, y, a pesar de que muchas personas actualmente se lo solicitan, afirmó que no volvería a hacerlo, puesto que, en este momento de su vida, prefiere dedicar mayor tiempo al ocio y el descanso.
“Ya estoy grande, quiero estar más libre”, afirmó Susana, que se reúsa a volver a la docencia, pero recuerda con añoranza la relación entablada con sus alumnos, a quienes enseñó los principios básicos del saber hacer del corte y confección, una disciplina que requiere de experiencia y dedicación.
Es que, semanalmente, la costurera brindaba clases a más de 30 personas en su casa, muchas de las cuales aprovecharon los conocimientos adquiridos para establecer su medio de vida.
Recta final
Tras 50 años de trayectoria en el campo y, sin dudas, una vida dedicada a la costura, Susana destacó que está en sus “últimos años de trabajo”, puesto que anhela “descansar, pasear y conocer nuevos lugares”. En efecto, el turismo es una actividad que la costurera ha elegido en el último tiempo junto a su marido, a la par que mengua el ritmo de trabajo y disminuye la cantidad de compromisos asumidos.
No obstante, su retirada parece no significar el cierre definitivo del taller, y adelantó que su nieta mayor, de los seis que tiene, expresó deseos de continuar su trabajo. Consecuentemente, Susana estima que este año iniciará junto a ella un nuevo proyecto, al que llamarán “We are Yópolo”, para continuar con el camino realizado por la costurera.
Por su parte, su nieta, contadora y estudiante de diseño, vivió junto a Susana gran parte de su infancia, por lo que “amó la costura desde muy pequeña”, e, incluso, de adolescente confeccionó sus propias prendas, por lo que ahora complementa sus conocimientos prácticos con la teoría académica.
“Coseré uno o dos años más”, estimó Susana, que planea acompañar a su nieta en sus primeros pasos profesionales, para luego dejarle a su cargo su taller. “La nieta va a ir más allá de lo que la abuela fue”, puntualizó.
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