Corría el año 1895 cuando don Francisco Mingorance se bajó del tren que lo traía de Buenos Aires (adonde había llegado un tiempo antes desde el pueblo andaluz de Lanjarón), caminó un rato por la calle Mendoza y pensó: “En un futuro, esta va a ser la calle principal de este lugar”. Es probable que haya tenido esa revelación porque en su España natal, en ese entonces, las arterias más importantes eran las que salían de la estación. Lo cierto es que el tiempo le dio la razón porque esa vía es hoy Sáenz Peña.
Días más tarde, don Francisco le compró a don Pedro Echevarne un cuarto de manzana en Mendoza y Emilio Mitre (hoy Sáenz Peña e Hipólito Yrigoyen), donde abrió una casa de fabricación y venta de sombreros, ya que ese era su oficio.
Al principio, salía a caballo a entregar sus sombreros en el campo y los almacenes de ramos generales, pero después adquirió una volanta con la que hacía su reparto.
Ese fue el origen de Casa Mingorance: como una sombrerería. Con el tiempo, el comercio se diversificó y empezó a traer ropa del exterior para vender. Principalmente de Inglaterra.
“Vamos viendo las necesidades, estamos atentos a las modas”
Fue así como su pequeño local de venta se transformó en un gran salón de ocho vidrieras.
Cuando don Francisco se retiró, siguieron sus hijos Luis y Enrique al frente del negocio que, a esa altura, ya tenía, además de indumentaria masculina, una sección damas y otra de perfumería.
“Hubo una transformación grande cuando se hizo una reforma importante, en la década del 70”, recuerda hoy Jorge Mingorance, que es tercera generación familiar y está al frente del comercio junto con Verónica y Sebastián Mingorance, ambos cuarta generación. En esa ampliación, continúa Jorge, hubo un aumento significativo en la cantidad de marcas que se empezaron a traer: “Se incorporaron algunas como Lacoste, Wrangler, Levi’s, Northland, Columbia, en sastrería Giesso, Daniel Hechter, Yves Saint Laurent, McGregor, New Man, Christian Dior, Cacharel, Perramus, algunas que hoy no son tan predominantes o que, incluso, ya no están. Y después, en los últimos años sumamos otras como Tommy Hilfiger, La Martina”.
Evolución
126 años después de su inauguración y con cuatro generaciones familiares al frente, el comercio se mantiene con absoluta vigencia. Para eso se fue adaptando a cada época. “El negocio ha ido cambiando con el paso del tiempo -explica Jorge-, la misma exigencia de la gente hace que uno se adapte a lo que el cliente le pide. La forma de vestir es cada vez más informal y se ha ido ampliando el sport. Inclusive, hasta los profesionales o ejecutivos ya van de elegante sport, y el uso del traje y del ambo disminuyó. No obstante, seguimos vendiendo mucho, principalmente para eventos, como egresos, casamientos y demás”.
Para Verónica, es en la sección de trajes donde ocurren los hechos que trascienden a la de una simple transacción comercial: “Pasan cosas muy lindas, por ejemplo, ver a un abuelo que le compra el primer traje a su nieto, porque egresa o se recibe. Es emocionante. O cuando te dicen ‘acá me compré mi primer traje y recuerdo cuando me trajo mi padre’, o también ‘acá me compré mi traje de casamiento y ahora se lo viene a comprar mi hijo, o mi nieto’. Uno ve a las madres que se emocionan cuando ven a su hijo con un traje, porque es como que se dan cuenta de cómo crecieron”.
“No somos solo vendedores, tratamos de brindar un servicio”
Es que la venta de ropa sport “es más cotidiana”, mientras que la de un traje suele estar aparejada a un evento especial, “por eso hay sentimientos y emociones que lo rodean: es un placer vivir eso”.
Todo, en una historia que no estuvo exenta de dificultades. “No pasamos por extremos graves, pero sí situaciones complicadas”, señala Jorge, y recuerda la época en que estaba Herman González como ministro de Economía que “se triplicó el valor del dólar y nosotros tuvimos que pagar facturas a valor dólar y cobrábamos en pesos, teniendo en cuenta que era un momento en el que había muchas cuentas corrientes”. Ahí “se pudo salir adelante, pero con un gran esfuerzo”, agrega Verónica.
“Como contrapartida, hubo épocas muy buena -puntualiza Jorge- como la primera década de este siglo, después de 2001, cuando había mucha bonanza en el campo porque la soja tenía valores muy altos: en ese momento era normal que viniera una familia con tres varones y se vistieran íntegramente, compraban pantalones, calzado, abrigos, por ahí estaban dos horas. Eso desapareció y no volvió más”.
“Pasan cosas muy lindas, por ejemplo, ver a un abuelo que le compra el primer traje a su nieto, porque egresa o se recibe. Es emocionante”.
Balance
Después de las dificultades que generó la pandemia, ahora el comercio está en un momento “de bastante trabajo”.
Al momento de explicar por qué pudieron mantener su vigencia en 126 años, Jorge explica: “Nos esmeramos en atender bien a la gente y resolver algún problema que pueda surgir, se pueden cambiar las prendas, no somos solamente vendedores de ropa, tratamos de brindar un servicio”.
“Vamos viendo las distintas necesidades, las modas, estamos tratando de incorporar marcas nuevas, algo distinto, estamos atentos a esas cosas. La idea es que Mingorance siempre perdure, innovando, adaptándose a las épocas”, añade Verónica.
Y Sebastián concluye: “La moda evoluciona muy rápido, cambia mucho y hay que estar atentos, esa es la clave”.
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