Desde siempre, la doctora Mary Mitchell se puso al frente de causas importantes en favor de la comunidad. “Si alguien quiere hacerme un favor, me tiene que indignar”, afirma enfática. Es que, cuando eso sucede, no puede evitar avanzar con la fuerza de sus valores e ideales.
Tal vez sea por eso que en su casa tiene desde hace muchos años una estatuilla del Quijote. Así la solía llamar, con cariño, un colega cuando ella se metía con la venta de drogas o alcohol a menores o se oponía férreamente a la venta del predio de la terminal de ómnibus. “Usted es una Quijote”, le decía el colega.
Y si bien logró derribar a algunos de esos molinos de viento y a otros los hizo tambalear, ante todos se enfrentó con sus principios bien en alto.
“Si alguien quiere hacerme un favor, me tiene que indignar”.
Primeros años
Como su padre era ferroviario y lo trasladaban todo el tiempo, Mary pasó sus primeros años en ciudades de cuatro provincias distintas: Mendoza, San Luis, Córdoba y Buenos Aires. Para graficar la amplitud y la libertad de pensamiento que se vivía en su hogar, cuenta que recibían los diarios La Vanguardia y La Nación. “Y en la escuela también aprendíamos los principios básicos de la libertad”, recuerda.
Para Mitchell, la educación fue clave en su desarrollo como persona. “Yo soy un producto total de la escuela pública, donde cursé mis estudios primarios, secundarios y universitarios”.
Y ese ámbito le forjó su personalidad: “Yo era más rebelde y con espíritu crítico. A mí siempre me movilizaron las injusticias, solía hablar con mi padre sobre los derechos de los trabajadores y demás”.
Así fue como, luego de terminar el secundario, estudió Abogacía en la Universidad Nacional de La Plata.
Jueza
En 1960, ya recibida, se volvió a nuestra ciudad y se matriculó en el Colegio de Abogados del Departamento Judicial Junín. Fue la cuarta mujer en inscribirse en ese registro, después de Elsa Panizza, Martha Centi y Elizabeth Villegas.
Empezó a ejercer la profesión sola, con apenas una mesa y una Pitman que le dio su padre.
En 1965 ingresó al Poder Judicial, donde permaneció 37 años hasta que se jubiló, en 2001.
Comenzó en la Secretaría Civil. Tres años más tarde la nombraron como defensora oficial. Más adelante la designaron como jueza en el Tribunal de Trabajo.
“Uno aprende continuamente. En los cuerpos colegiados aprende el valor de la disidencia, el hecho de votar distintos no tiene por qué generar inconvenientes”, señala.
En 1974 no obtuvo acuerdo para continuar como jueza laboral. “Eso fue porque no estábamos identificados con el partido político que gobernaba entonces y yo contesté que estaba dispuesta a pagar ese costo”, explica.
Entonces la nombraron en el Tribunal de Menores. Según dice, ese es uno de los lugares donde más aprendió “sobre el ser humano”, aunque “también muy difícil, porque es tremendo trabajar con los chicos que están en esas condiciones”.
Cuando se produjo una vacante en el Juzgado Civil fue designada como magistrada allí y en 1985 la nombraron como integrante de la Cámara Civil, donde estuvo dieciséis años.
“Es necesario cuidar los sueños y yo todavía los tengo”.
Compromiso comunitario
Ya sea en su función como jueza o en su calidad de ciudadana, siempre se ocupó de las causas que involucraban a su comunidad. Eso también le trajo sus problemas: “Estando en el Juzgado Civil hice denuncias contra la venta de alcohol y de drogas, formé parte de agrupaciones de madres y por eso me hicieron una denuncia ante la Corte como que estaba ejerciendo la profesión, pero en realidad yo estaba actuando como madre de familia”.
Más allá de los contratiempos, siempre estuvo convencida de las luchas que tenía que dar. “Yo puedo dar testimonio de que no me detuve y estoy tranquila con eso -comenta-, puedo haberme equivocado, pero más cómodo es no hacer nada. Por eso un colega me decía ‘usted es una Quijote’. En realidad, es una manera de mantener los ideales, los principios, los valores. Como le dijo el ángel al Principito: ‘Hay que cuidar la rosa’. Es necesario cuidar los sueños y yo todavía los tengo”.
“Yo era más rebelde y con espíritu crítico. A mí siempre me movilizaron las injusticias, solía hablar con mi padre sobre los derechos de los trabajadores y demás”.
Balance
Cuando se jubiló estuvo unos meses en el consultorio jurídico gratuito del Colegio de Abogados. Luego reactivó la matrícula (tomo 1 folio 48) y retornó a la actividad profesional, pero eso lo hizo durante un tiempo corto. Cuando entendió que el ejercicio de la profesión era una suerte de retroceso, decidió dejarlo y se dedicó a los trabajos dentro de la comunidad. “Es una forma de agradecimiento a esa enseñanza a lo que me dio mi país”, asevera.
Y al momento de hacer un balance, concluye: “Uno aprende con el tiempo y todo ha ido cambiando. Yo estoy hablando de una profesión que ejercí en otra época, con otras normas, pero con valores muy firmes. Estoy agradecida a mi hogar, la educación que tuve y a mi país, que me dio esta oportunidad. A mí no me fue difícil por ser mujer, pero yo me quedo con aquel tiempo en el que teníamos confianza en los principios que llevamos tan adentro”.
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