Además de músico, Lapadula es profesor de Historia.
RECONOCIDO MÚSICO DE NUESTRO MEDIO

Oreste Lapadula: “Para mí, la música es el psicólogo que no pago”

Discípulo del maestro Nicolás Campazzo, es un referente del piano y del tango. En su destacada carrera, tuvo numerosas agrupaciones y acompañó a grandes artistas. Actualmente dirige su orquesta con nueve músicos y un cantor.

La música -y más precisamente, el tango- acompañó desde siempre a Oreste Lapadula. Su padre era un gran “escuchador”, como él mismo lo define, y ya de chico él se despertaba los sábados con la voz de Raúl Moyano, que conducía “Música de Buenos Aires” en Radio El Mundo.
A los seis años se inició en el piano con el reconocidísimo maestro Nicolás Campazzo y así empezó un camino que lo llevó a integrar numerosas agrupaciones, codearse con grandes artistas, hasta convertirse en uno de los referentes del tango y la música en nuestra ciudad.

“Estar atento y receptivo me permite ir descubriendo recursos”.

Primeros pasos
Hijo de un matrimonio de docentes, Lapadula nació y se crio en Las Morochas, un barrio muy vinculado a lo artístico y al tango.
Durante más de diez años estudió con Campazzo y cuando se fue de Junín para seguir el Profesorado de Historia se alejó un poco de la música. Al regresar a la ciudad, retomó las visitas al maestro, de quien ya era muy amigo.
Pero debió pasar todo ese tiempo para que Lapadula empezara a tocar en público, algo que hizo “muy de a poco”, según lo que él mismo cuenta: “Había un boliche muy lindo en Ameghino y Guido Spano, ‘La esquina rosada’, tal vez el más lindo que hubo en Junín, y ahí nos juntábamos con amigos que solían ir, como el Tero Ghioni, Carlos Buono, Armando Álvarez, y se hacían noches de peña. Ahí arranqué”.
Por esa misma época también se unió al coro Vocal J, donde permaneció 18 años.
El primer grupo “formal” en el que participó se llamó Nosotros, una iniciativa dirigida por Imelde Sanz, que integraban -además de Oreste-, los guitarristas Félix García, Abel Pinto y Enzo Ramos (este último también cantaba), más Fernando Rodríguez, que hoy es violinista, y en ese entonces tenía 13 años y tocaba la flauta dulce.
Así fue teniendo más regularidad en la música, sobre todo cuando comenzó a acompañar al cantante Omar Decarre. Y a finales de los ’70 se embarcó en lo que él denomina “aquella locura de intentar hacer María de Buenos Aires”.
“Juan José Martín era el director -recuerda- junto con Abel Pinto, Raúl Romano y yo, que hicimos los arreglos de los 16 cuadros y la pusimos en escena. Fue un trabajo enorme, con quince músicos y otros tantos coreutas, pero era el empuje que siempre da la juventud. En total, éramos más de treinta personas, lo presentamos en Junín, en toda la zona, inclusive en Buenos Aires, en el Sheraton Hotel y a la Casa de la Provincia”.

“El tango tiene una estructura que exige tener una gran técnica”.

Consolidación
A partir de allí, el camino de Lapadula en la música fue siempre en ascenso. Tuvo varias agrupaciones: un quinteto, un trío, un dúo, un sexteto, y ya encauzado en el tango, fue convocado a acompañar a muchísimos cantantes.
Con todas estas formaciones no solo actuó en Junín, sino en toda la zona, en Buenos Aires, La Plata y varios lugares más.
La última experiencia fue la del dúo de piano y guitarra con Miguel Salem y, desde hace un tiempo, está al frente de su orquesta, con nueve músicos y un cantor.

Abierto
Sobre su evolución como músico, Lapadula observa que tiene que ver con mantener la llama de la curiosidad y el deseo de mejorar. “Siempre he estado abierto porque, a pesar de los años, uno sigue aprendiendo”, afirma, para luego profundizar: “A mí siempre me atrajo no quedarme en lo mismo, sino buscar un poco más, porque eso te permite evolucionar y aprender. Si uno está abierto a recibir cosas, va visualizando un campo muy amplio para ir incorporando matices. Estar atento y receptivo me permite ir descubriendo ciertos recursos armónicos y rítmicos”.
Y aun cuando su formación tiene que ver con la música clásica, se terminó destacando en el tango y la música popular a partir de sus gustos.
“El tango tiene una estructura que exige tener una gran técnica -explica-, recuerdo que yo escuchaba la grabación de La Casita de mis viejos, por la orquesta de Salgan, y me llamaba la atención la introducción del piano y pensé que era algo que se le había ocurrido a Don Horacio. Sin embargo, formaba parte de la partitura original. Eso tiene el tango: está a otro nivel. Por eso hoy uno también los escucha tocados por orquestas filarmónicas, por ejemplo”.

“A mí siempre me atrajo no quedarme en lo mismo, sino buscar un poco más, porque eso te permite evolucionar y aprender”.

Balance
No son pocos los que le suelen decir a Oreste que tiene una forma característica de tocar y que el que lo escucha ejecutando su instrumento, aun sin verlo, puede darse cuenta de que es él. “No sé si será así, pero si lo fuera, me doy por satisfecho. Que a uno le reconozcan el sonido sería extraordinario”, dice él, humilde.
Lo cierto es que, más allá de su estilo, la música estuvo en un lugar privilegiado en su vida. Algo que pudo comprobar durante la cuarentena por Covid-19. “A pesar del encierro, yo pasé bien la pandemia porque tengo la música y le dedico bastante tiempo del día -afirma-, por eso yo digo que, para mí, la música es el psicólogo que no pago, porque el tiempo que paso ahí me desenchufa de la cotidianidad”.
Y al momento de hacer un balance, concluye: “Creo que el saldo es positivo. Desde lo laboral y en la música lo he pasado muy bien. No me arrepiento de nada. Estoy contento porque siempre he hecho lo que he podido, nunca me he fijado en lo que hacen los demás. Dentro de mis posibilidades siempre di lo mejor de mí”.