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Héctor Delmas cuenta la historia de "La mujer de la valija".
HISTORIAS DE GERMANIA

“La mujer de la valija”

Esta historia, de un hecho real ocurrido en Germania, es narrada así por Héctor Delmas:
"Dominan mis recuerdos de niñez, la visión de mi pueblo, ignorante de caminos pavimentados, nubes de tierra, o chirlo y pegajoso barro, según los caprichos de la naturaleza. Y en el desván brumoso de la memoria, allí también está ella, de edad imprecisa, caminar cansino, arrastrando su vieja valija de cartón que le daba su apodo. Su rostro apergaminado y cubierto de arrugas, enmarcado por un viejo pañuelo, que cubre y protege su pelo de color claro e indefinido.
Su aparición en el pueblo era cronológica, lo hacía cada 28 días, como las fases de la luna, llegaba desde el Sur, por el camino `de Balbín´, caminando en forma ligera a un costado de la huella, gesticulando y hablando sola con sus fantasmas.
Los chicos la seguíamos, formando un séquito bullanguero y ruidoso, y cuando se sentía molestada se daba vuelta, y para ahuyentarnos, hacia como que nos tiraba una piedra, pero solo conseguía más risas y burlas. Yo trataba de seguirla de cerca, en silencio y sin hacer ruidos, buscando entender sus palabras, angustiosa letanía, mezcla de insultos y suplicas, dichas en cada paso que daba.
Paraba en casa de los abuelos, después de cambiar unos cortos saludos, sacudía la tierra de su valija, la ponía sobre la mesa y la abría.Dentro de ella, ante mi mirada asombrada, como un aquelarre, un montón de viejos enseres muy ordenados, antiguas fotos, y ropas gastadas y raídas, pero muy limpias y planchadas.
Sacaba su jabón, su peine, su barata colonia floral, su ropa, y se bañaba, se peinaba lentamente, y cenaba con nosotros, sin emitir casi palabras. Yo, desde mi silla, y entre bocados, buscaba descubrir que misterios encerraba su rostro inmutable, que se escondía detrás de cada arruga, de su mirada de ojos muy claros, pero fríos e inexpresivos. Luego de darnos las gracias, rezaba arrodillada junto al rincón del patio donde se preparaba para dormir.
Como en el pueblo nadie cerraba las puertas, muy de mañana, al despertar, ya había desaparecido de Germania, arrastrando su valija, ahora rumbo al Norte, hacia Alberdi, siempre hablando y gesticulando con sus acompañantes imaginarios.
Conociendo esta costumbre, mi abuela le había dejado en un pequeño atado, comida para la jornada, estos pequeños gestos de amor desinteresado, son los que en mi recuerdo. la engrandecen a mi `Nona´.
Tanto le insistí que me diga lo que sabía, ya que era con ella la única con quien hablaba, que me terminó contando, que su único hijo -hacía ya muchos años- había muerto en un accidente, y que la forma de sobrellevar su loco dolor, era ese andar continuo, con la esperanza que en algún recodo del camino encontraría su alma perdida, y ambos tendrían su definitivo descanso.
Y cuando nos estábamos ya olvidando de ella, al mes siguiente, volvía a aparecer con su periplo, hasta que un día, por más que esperamos, no llegó más y se convirtió en uno de esos personajes misteriosos y recónditos de mi niñez".

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