José Tomino recuerda que, cuando él era chico, fue su madre la que lo “preparó” para ser médico. “Para que no le tuviera miedo a la sangre, me hacía matar las gallinas, así me iba acostumbrando, aunque no tenía nada que ver con la medicina”, cuenta entre risas.
Lo cierto es que aquella semilla germinó y Tomino se convirtió, efectivamente, en un médico que ejerce su profesión de pediatra en Junín desde hace más de cincuenta años, con la misma pasión que cuando inició su camino.
“Me siento muy bien. Mientras siga disfrutando, lo voy a seguir haciendo”.
Primeros pasos
Su habilidad como futbolista no solo lo llevó a jugar nada menos que en San Lorenzo de Almagro, entre otros equipos (ver recuadros), sino que le permitió vivir en Buenos Aires para hacer la carrera de medicina.
Intercambiaba horas de cursada y estudio con partidos y entrenamientos. Y en la facultad, Pediatría fue una de las materias que más le gustó, por eso siguió esa especialidad.
“A veces pasan cosas en la vida que son puntos de inflexión”, analiza Tomino, para luego relatar: “Mientras jugaba en Defensores de Belgrano, hacía Pediatría en el Hospital Alvear, y en una oportunidad que me clavé un alambre oxidado en una práctica, me fui a hacer ver y me encontré con un excompañero del secundario, que fue quien me dijo que tenía que hacer la residencia en el Hospital de Niños; me invitó a ir y en un día vi más cosas que todas las que había presenciado en el otro lugar, así que decidí hacer el examen e ingresé al Garrahan”.
Allí hizo los tres años de residencia y uno más en la Jefatura.
“No dejo porque veo que soluciono muchos problemas”.
Regreso
De regreso a Junín, abrió su propio consultorio que, al poco tiempo, le quedó chico. Por eso se fue a una casa en la avenida San Martín. “Como tenía tanta gente, atendía por el consultorio y las urgencias por el living de mi casa, hasta que llegó un momento que era imposible. Entonces hice mi casa actual, con el consultorio”.
Además, se desempeñó un tiempo en el Hospital San José, pero el tiempo no le alcanzaba para cumplir todas sus obligaciones, por eso se quedó solo con la atención privada.
La Pequeña Familia
Tomino quiso trasladar a Junín la medicina que practicaba en Buenos Aires. “Yo veía que acá cada uno atendía a su paciente, mientras que en el Garrahan se juntaban los médicos, analizaban los casos y se tomaban decisiones en conjunto”, explica.
Participó en el origen de la clínica IMEC, con otros catorce colegas, “pero es muy difícil que funcione un proyecto así con tantos dueños”.
Entonces ideó La Pequeña Familia. “Quería un lugar en el que la gente se sintiera como en su casa y de ahí su nombre –señala–, que tuviese todas las especialidades y que los profesionales nos juntemos a charlar sobre los pacientes. Para eso traje muchos médicos de Buenos Aires, y de los mejores”.
En cuanto a la ubicación, observó que “estaba en un lugar donde pasan rutas muy importantes”, con lo que dedujo que “se podía lograr un embudo en donde la gente viniera a Junín y no siguiera para Buenos Aires”.
Con mucho esfuerzo, logró erigir la clínica. “Siempre consideré que lo principal era solucionarle el problema al paciente, y ese fue el éxito de La Pequeña”, dice.
La iniciativa funcionó bien, pero por diferencias con quien era su socio dejó el proyecto. “Me dolió y todavía lo siento mucho, porque era lo que yo había soñado”, se lamenta.
“Con la medicina estoy contentísimo, la gente me saluda con mucho cariño todo el tiempo, estoy muy feliz de poder disfrutar de todo eso”.
Otros proyectos
Más adelante se embarcó en la construcción de un sanatorio en Chacabuco. Trabajó, invirtió, proyectó y abrió la clínica San Isidro Labrador. El asunto fue que, cuando la inauguró, se quedó sin el socio que tenía, por lo que se le hizo muy difícil sostenerla. Y terminó por venderla.
Desde hace diez años, a su trabajo como pediatra le sumó la atención de trastornos del aprendizaje: “Me capacité y creé un centro, con mi hija, que trata ese tema. La gente no sabe que cada cien chicos con inteligencia normal, quince no aprenden correctamente, entonces son catalogados como vagos, como burros, y lo que sucede es que tienen trastornos de ese tipo. Nosotros traemos dos neurocirujanas del Garrahan que hacen los diagnósticos, y después hacemos los tratamientos con un equipo de profesionales. Es algo que me da muchísimas satisfacciones porque les cambia la vida a los chicos”.
Balance
Actualmente –y desde hace muchos años– sigue atendiendo en Famyl. Según dice, la pasión es el motor que, a sus 81 años, lo impulsa a seguir adelante. “Disfruto mucho –remarca–, puedo estar horas y horas en el consultorio y salgo feliz. Siento que ayudo a la gente, y no dejo porque veo que soluciono muchos problemas. Me siento muy bien. Mientras siga disfrutando, lo voy a seguir haciendo.
Y al momento de hacer un balance, concluye: “Estoy feliz porque sé que hice muchas cosas. Me fue muy bien con el fútbol, La Pequeña Familia es un éxito aunque hoy no es lo que yo quise, mi familia es excelente, con la medicina estoy contentísimo, la gente me saluda con mucho cariño todo el tiempo. Puedo hacer lo que me gusta así que estoy muy feliz de poder disfrutar de todo eso”.
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