El Flaco Crecchia es, sin dudas, un clásico de la gastronomía local. Con más de treinta años en el rubro, su reconocido menú de fiambre, pastas y asado se impuso primero en Roca y después en Junín.
Pero el camino no fue fácil. En más de una oportunidad, los vaivenes económicos del país lo hicieron trastabillar y, no sin esfuerzo, debió levantarse a fuerza de trabajo. Y fueron el tesón y la constancia los que lo llevaron a ser hoy uno de los referentes de su actividad.
“Me respetan y eso se logra rompiéndose el alma trabajando”.
Primeros pasos
Alberto Nicolás Crecchia nació en Junín y se crió en el barrio El Picaflor. Cursó la primaria en la Escuela N°22 y no hizo el secundario porque salió a trabajar.
Mientras daba sus primeros pasos en el básquet (ver recuadros), arrancó en un comercio de materiales para la construcción. En un principio fue cadete y, con el tiempo, fue avanzando y llegó a ser encargado del lugar.
Más adelante se desempeñó como viajante para una distribuidora de Industrias Maeli, hasta que adquirió el fondo de comercio de un corralón, que estaba ubicado en Colombia y Uruguay. “Ahí trabajamos muchísimo con mi señora –recuerda– nos rompimos el alma, pero nos fundimos, porque era a época de Martínez de Hoz, con la famosa tablita, y yo había sacado un crédito de tres millones de pesos y a los seis meses debía 18 millones”.
Bajó la persiana, pagó lo que debía con su casa y sus bienes y quedó “en la lona”, como él mismo lo define. Estaba viviendo en Agustín Roca y allá compró una sodería: “Ahí me agarró el ‘alfonsinazo’ y me pasó lo mismo, porque había mil por ciento de inflación, no se podía trabajar, y otra vez me quedé en la calle de un día para otro”.
“Podría estar disfrutando de mis nietos, pero esto me gusta”.
Gastronómico
No quedaba otra que volver a levantarse. Fue el recordado Darwin “Yoyo” Sanguinetti quien le tendió una mano al ofrecerle hacerse cargo de su boliche. Y así arrancó en la gastronomía.
“La cosa andaba más o menos, entonces mi mujer me propuso hacer unas pastas y empezamos con los ravioles. Las hacíamos con una Pastalinda y nos ayudaban nuestros dos hijos también”, cuenta Crecchia.
Ese fue el germen del camino que lo llevó hasta hoy. El proyecto fue avanzando, armó un menú con fiambre, pastas y asado y empezó a tener cada vez más aceptación. Tanto que no solo iba gente de Roca, sino también muchos de Junín.
“Tuve que adquirir más máquinas porque iba creciendo –relata–, le compraba el fiambre a Luis Picchi, que es el mejor de Roca, y yo hacía el asado al tiempo que atendía”.
En Junín
Fue Damián Itoiz, por entonces funcionario municipal, quien le sugirió mudarse a Junín y le ofreció el salón del Club Newbery: “Era una apuesta, porque yo allá tenía 10 o 20 mesas y acá tenía que armar todo para 150 personas y después atenderlas. Lo hablé con mi hijo y nos vinimos a probar suerte acá”.
Desde el primer día su negocio fue un éxito. “Tuvimos la suerte de que empezamos un Día del Amigo”, afirma Crecchia. Pero lo cierto es que, desde entonces, se mantuvo en el rubro. Varios años lo hizo en la sede del Newbery, luego pasó por Circunvalación y Urquiza y ahora está él en el Club Los Indios y su hija en el Club Ciclista.
En estos 32 años mantuvo el mismo menú y también la costumbre de vender pastas para llevar, por lo que es común que se junten muchos clientes con sus fuentes, ollas o envases plásticos para llevarse los ravioles, los sorrentinos, los cappellettis o los tallarines.
Todo, con la misma aceptación que el primer día: “No sé si es porque me conocen, por la calidad de la comida, por la atención, supongo que será un poco de todo. No hay mucho misterio, hay que trabajar, tratar de hacer lo mejor posible, no vender gato por liebre y mantener el nivel”.
“En esta actividad no hay mucho misterio, hay que trabajar, tratar de hacer lo mejor posible, no vender gato por liebre y mantener el nivel”.
Balance
El Flaco asegura que “ahora la situación está difícil” porque el tipo de menú que ofrece “no es de verano, así que enero y febrero baja un poco”, pero confía en que “cuando empiecen las clases, se va a normalizar”.
En tantos años de trabajo se ganó un nombre en el rubro. “Me respetan y eso se logra rompiéndose el alma trabajando, como lo hicimos con mi señora –afirma–, yo tengo casi 70 años y podría estar en mi casa disfrutando de mis nietos, pero esto me gusta”.
Una estabilidad que obtuvo después de caerse y tener que volver a levantarse: “Eso es muy difícil. Hay quien piensa –y lamentablemente no son pocos– que uno se funde o le va mal porque es una basura, pero no eran estafadores ni el banco ni la 1050 de Martínez de Hoz que me sacaron la casa. La gente me conoce y siempre supo quién era yo”.
Con todo, al momento de hacer un balance, concluye: “Gané muchos amigos, hay gente que me quiere, tengo una familia hermosa, tengo una mujer y dos hijos maravillosos, crié otros tres que no eran míos pero para mí son mis hijos también, tengo dos nietos hermosos, mi nuera, mis suegros, ¿qué más puedo pedir? Y tengo un laburo en donde, por lo menos, me divierto. El día que tenga que venir a renegar, no vengo más”.
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