Sergio Daiub recuerda que su padre, que tenía un almacén y despacho de bebidas en Avellaneda y Lartigau, quería que él fuese médico. No obstante, ya siendo un preadolescente que estaba terminando su escolaridad primaria sabía que eso no iba a ser posible.
En cambio, a su madre le gustaba la idea de que se dedicara a la tapicería. Y tan insistentemente le pidió una oportunidad a Don Carlos Ise, que por entonces era una referencia dentro de la actividad, que finalmente logró que lo aceptara y el día que cumplió quince años Sergio empezó a trabajar en ese taller.
Así empezó un camino en el que ya lleva seis décadas de oficio. Hoy, a sus 75 años, todavía sigue encorvado ante las máquinas de coser, con la misma pasión que el primer día.
“En esto uno tiene que ser honesto, no mentirle a la gente”.
Sus inicios
En el taller de Ise arrancó como aprendiz. “Él no enseñaba –recuerda– uno tenía que mirar lo que hacía. A mí me gustó enseguida y aprendí a coser en casa, me enseñó mi hermana, con la máquina familiar”.
Tuvieron que pasar no menos de cuatro meses para que pudiera comprar su primera máquina de coser, que todavía conserva.
Mientras tanto, se fue formando en el rubro: “Un día me dijo el oficial que me sentara a coser en la máquina, algo que todavía no hacía. Yo me puse y, en eso, entró Ise. Pero no dijo nada. Al otro día me dio para coser una funda de nylon cristal, que era muy difícil, y lo hice. Y a partir de ahí estuve siempre con él. Trabajábamos en los autos, hacíamos cielorrasos, butacas y un día me dio para hacer una alfombra, que es muy complicado porque lleva muchos cortes, muchos recovecos. Empezó a tenerme cada vez más confianza”.
Nueve años estuvo trabajando en el mismo lugar y cuando decidió que había sido tiempo suficiente, tomó su propio camino. “Me costó un mes decirle a Ise, por el respeto que le tenía. Después le conté a mi papá y se le cayeron las lágrimas”, evoca.
“Hay trabajos muy difíciles, pero hay que agarrarlos con ganas”.
Su propio camino
Lo primero que hizo fue alquilar un local en Benito de Miguel 366 e irse a Buenos Aires a comprar telas: entregó 80 mil pesos de entonces como parte de pago de una factura que era de $495 mil. No obstante, abrió su tapicería y a los tres meses pudo saldar esa cuenta.
Según dice, enseguida le fue bien, aunque para eso debió sacrificarse. “Yo trabajaba de las seis de la mañana hasta las once de la noche”, explica.
Ya a los dos años pudo comprar un lugar y mudarse. Se trata del local donde todavía atiende, en Benito de Miguel 289.
Su especialidad siempre fueron los autos, aunque también hizo todo tipo de tapicería. Trabajó para Castellazzi, para Remi y varias otras concesionarias. Asimismo, durante muchos años le atendió los camiones y los vehículos al Molino Tassara.
Pero, como quedó dicho, también hace otro tipo de tapicería, para sillas, sillones, respaldos de camas, reposeras, gazebos, toldos, mochilas. “Lo que sea”, sentencia.
El oficio
La permanencia durante sesenta años en esta actividad lo obligó a ir aggiornando sus conocimientos y habilidades “Siempre aparecen trabajos nuevos y cosas distintas –señala–, también van variando las telas, los tipos y los estampados, siempre hay modas distintas. Y con el tiempo tuve que adaptarme a esos y otros cambios, por ejemplo: antes los asientos de los autos venían con resortes, ahora traen una capa de goma y nada más”.
Según dice se trata de un oficio en el que “uno debe ser muy cuidadoso”, porque hay que tener en cuenta muchos detalles que requieren de mucha prolijidad. Y también, “uno siempre tiene que comprar materiales buenos para que las cosas queden bien”.
Todos estos conocimientos se los dieron los sesenta años de experiencia. Cuando Daiub empezó, había no más de tres o cuatro exponentes del rubro. Con el tiempo se fueron incorporando más, aunque no siempre con la calidad de los pioneros. “Hay algunos que se han largado a hacer eso, pero sin mucho conocimiento –afirma–, hoy se podría hacer mucho, pero un poco se está perdiendo el oficio porque no hay gente que quiera hacer este tipo de trabajo”.
En todos estos años tuvo dos aprendices, que luego siguieron su camino. “Uno se fue a Viamonte pero no le fue bien, y el otro también se puso por su cuenta”, puntualiza.
“Hoy se podría hacer mucho, pero un poco se está perdiendo el oficio porque no hay gente que quiera hacer este tipo de trabajo”.
Balance
Daiub tiene claras algunas claves de su actividad. “En esto uno tiene que ser honesto, no mentirle a la gente, y sobre todo cumplirle. Yo hoy tengo una clientela hermosísima”, asevera.
Aunque está empezando a sentir los 75 años y una operación de cadera que le practicaron, por lo que a veces se siente “un poco cansado”, asegura que va a seguir adelante: “Esto me encanta, no puedo estar sin hacer nada, los fines de semana no sé qué hacer, y a veces me vengo a la tapicería. Me gusta todo de este oficio que, de algún modo, es como un arte porque hay trabajos muy difíciles, pero hay que agarrarlos con ganas. Para hacer esto hay que tener coraje y empuje”.
Y al momento de hacer un balance, concluye: “He logrado lo que quise, siempre trabajé y eso me permitió mantenerme. En algún momento voy a tener que dejarlo, pero mientras pueda, voy a seguir viniendo”.
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