None
TRIBUNA DEL LECTOR

Javier Muñiz, un brillante desconocido

Solo algunas cuadras. En la ochava de la elevada biblioteca difusora cultural, el dueño solo da el nombre de ingreso por Rivadavia, dando por sobreentendido que nadie conoce la calle lateral, que lleva el nombre de Javier Muñiz (21 de diciembre de 1795 – 9 de abril de 1871), un médico y científico, considerado el primer naturalista argentino.
En 1795, Las chacras de San Isidro quedaban muy lejos de Buenos Aires, pero ahí fue feliz, rodeado de la naturaleza, hasta que sus padres, reconociéndolo muy inteligente, deciden que complete su educación en “La gran ciudad”. 
Solo tenía 11 años y temerariamente enfrentó la primera invasión de los ingleses, donde recibió un disparo en su pierna, que le dolió toda la vida ¡Además, también participó en la segunda invasión inglesa!
A los 18, los padres lo inscriben en el flamante Instituto Médico Militar, bajo la dirección del doctor Cosme Argerich (verdadero padre de nuestra medicina). 
En 1828, Dorrego lo nombra médico en Luján, donde se casa con Ramona Bastarte y pasa más de 20 años de su vida, donde además desarrolla su vocación de “paleontólogo autodidacta”, realizando la primera colección de fósiles (destinada a hacer el primer museo paleontológico), que contenido en once cajones envía a Juan Manuel de Rosas, que entrega este material de valor incalculable al almirante francés Dupotet.
Darwin le demuestra su reconocimiento al decirle “admiro en usted cómo puede proseguir sus estudios científicos sin recursos y sin que nadie simpatice con usted en los progresos de la Historia Natural, confío que el gusto de seguir sus tareas le proporcione algún premio por tantos esfuerzos”. 
Recorriendo las costas barrosas de los ríos descubre los restos fósiles de un “gliptodonte” y de un “gran armadillo” desconocido hasta entonces. Además, fue el fundador de la Cirugía Militar en al país.
Continuando con las excavaciones, halla El Tigre Fósil al que bautiza “Muñifelis Bonaeresis”.
Un empresario norteamericano, W. Wheelwrigt, le ofrece comprárselo y lo vende con la condición de que los restos no saldrían del territorio argentino, el pago se efectuó en esas condiciones. 
Darwin lo consulta por temas que no había logrado completar en sus cinco años de estadía entre nosotros. Muchas de sus respuestas las utilizó en “El Origen de las Especies” (el mismo año de la batalla de Cepeda).
Le hace siete preguntas sobre la “Vaca Ñata” que responde con precisión y Darwin, que había estudiado en Cambridge, y él, que era autodidacta, despierta la admiración del maestro. 
A fines del 32, la Real Sociedad Jenneriana de Londres, bajo la presidencia del Duque de Wellington, lo designa “socio correspondiente”. 
Además, destacan el uso que hizo de la vacuna con otros fines, que impresionó a los ingleses, el caso del niño Juan Pedro Toledo, que sufría de tiña ulcerosa mal oliente y demacrante, después de aplicarle la vacuna nueve veces, durante tres meses, consigue la recuperación total. 
A mediados de 1841 descubre el “Cow –Pox” (la vacuna natural en su estado primitivo) al revisar las ubres en la estancia de Muñoz. Retira las costras, que protege en láminas de plomo, y marca el error de Jenner de creer que la enfermedad era por manos contaminadas con caballos enfermos.
La real Sociedad Jenneriana acepta (por los datos enviados) que la vacuna original existe en la vaca de este país, en la provincia de Buenos Aires. 
En la campaña de vacunación, que consideraba más eficaz de brazo a brazo, lo acompañaron su mujer y su hija más pequeña, que estaba vacunada, pero contrae una enfermedad infecciosa y fallece. 
Se repetía que nada peor podría haberle pasado, hasta que atendiendo a los heridos de otra cruenta batalla (Triple Alianza contra Solano López) el capitán Muñiz se enfrenta a la muerte y solicita a su padre que lo mate para mitigar su dolor. Apretó su mano y le besó la frente. Le colocó el revolver en el pecho y se alejó oyendo el disparo final. 
Consideró que había muerto como un patriota. 
A los 53 años regresa a Buenos Aires, donde se dedica a la profesión y crece su fama como médico cirujano, de niños y de partos. 
Ofrece de manera gratuita sus servicios en la batalla de Pavón y lo nombran Cirujano Jefe de los Carruajes de Sanidad en la línea de fortificaciones (está la foto de Sarmiento visitando en la zona de la laguna Mar Chiquita la estancia de los hijos Emilio y José Muñiz). 
En 1868 solicita la renuncia, dejando ordenado y en perfecto funcionamiento un equipo de sanidad que lo llenaba de orgullo. 
Estalla la Fiebre Amarilla en 1868 y en una ciudad con 200.000 habitantes, en un año mueren más de 14.000.
Buenos Aires acusa el impacto y la población emigra a la zona de quintas de Recoleta. A pedido de su hijo, aloja a un amigo huyendo de la fiebre, pero ya estaba infectado y lo contamina mortalmente (8 de abril 1871).
En un terreno cedido por la municipalidad, en Recoleta, el Cuerpo de Sanidad erige un monumento hecho en Roma por el cincel de Ximenez, que como obra de arte tal vez sea lo mejor de nuestra necrópolis. 
Solo algunas cuadras.

Eduardo Sabus

COMENTARIOS