El de Luis Hissuribehere es uno de los típicos casos de los hombres que se hacen a sí mismo y forjan su propio destino. Siempre recuerda su niñez y adolescencia en el campo, cuando tenía que hacer dos leguas a caballo para ir a la escuela, una época en la que ni heladera tenían y todo costaba muchísimo.
“Yo siempre digo que miseria era la que vivíamos antes, era muy difícil”, señala hoy, sentado en el escritorio que tiene asignado en el corralón Don Emilio, donde pasó los últimos veinte años de su vida y donde dejó todo para que el negocio crezca. Y más allá de buenas y malas épocas, aquellos en los que no sobraba nada siempre están presentes, como una manera de no olvidarse de sus orígenes, y también para disfrutar del camino que supo transitar.
“En la venta uno tiene que seducir al cliente y, de esa manera, atraerlo”.
Del campo a la ciudad
Hissuribehere se crio en el campo. “Estábamos en la zona en la que estaba el antiguo Puesto de Lana, que era una referencia muy importante, donde hay un camino que va para O’Higgins y el otro de Santa Rosa”, recuerda.
Pero cuando Luis tenía quince años su padre enfermó y la familia se mudó a Junín. Aquí compraron la llave de un local que funcionaba como ferretería y venta de sanitarios.
Ahí colaboró unos meses, hasta que se asociaron con una persona que terminó en una mala experiencia. “Fue bravísimo porque perdimos la casa y nos fuimos a vivir de prestado a una quinta. Trabajé unos años como quintero y me salvé del servicio militar porque era el único sostén de familia, porque mis hermanos se habían casado y mi viejo estaba enfermo”.
“Mi objetivo era que mis hijos sean mejor que yo, y lo logré”.
Indepeniente
Unos años después pudo independizarse. Ya se habían mudado a Rafael Obligado, donde residía parte de su familia, y Luis comenzó a trabajar en una metalúrgica de Rojas. Estuvo un tiempo allí hasta que pasó a ser viajante de comercio, gracias a la ayuda que le dio su suegro, que ya estaba en ese rubro.
“Arranqué como vendedor de ferretería, menaje, bazar, fue algo muy importante y que me ayudó mucho”, afirma.
Por entonces ya se había instalado nuevamente en. “El hecho de ser viajante me dio una relación con la gente que me gustó mucho –afirma–, durante un tiempo tenía cierta prevención, pero con el tiempo me di cuenta de que eso era lo que yo quería. La venta era lo mío”.
Fueron 28 años los que se desempeñó como viajante.
Don Emilio
Ya se le había empezado a hacer pesada la actividad de viajante y su hermano, que tenía Don Emilio y había decidido cambiar de rubro, le ofreció hacerse cargo del corralón. Fue, para Luis, una oportunidad de asentarse y tomó las riendas del negocio.
En aquel entonces vendía todo lo grueso de los materiales para construcción, como vigas, cemento, cal, hierros, ladrillos, arena, piedras y otros. Pero con el tiempo empezó a sumar otros productos: primero incorporaron algunos caños de agua, de gas, después sanitarios y una gama de artículos que fue ganando cada vez más espacio dentro del local. Un espacio que fue remodelado como salón de exhibición de pisos, revestimientos, sanitarios y demás.
Para Luis, una de las claves en ese proceso fue la incorporación de su hijo al negocio. “El año 2004 fue muy duro para nosotros porque fuimos asaltados –recuerda–, un momento bastante difícil, y la verdad es que tenía ganas de cerrar. Mi hijo había terminado sus estudios, era contador y trabajaba en Buenos Aires y, sabiendo que yo pensaba bajar la persiana a fin de ese año, un día vino y me dijo que quería volverse a Junín y me preguntó si podía trabajar en el corralón. Mi miedo era que se desilusione, porque hacía auditorías para empresas importantes, y acá era otra cosa”.
Ahí empezó una nueva etapa y fue muy trascendental. “La participación de una persona joven es, de alguna manera, revolucionaria en un lugar, y acá lo fue” afirma Hissuribehere. Así fue como se combinó el empuje y los conocimientos como profesional de su hijo, con su experiencia en el rubro.
El proyecto del salón como está hoy había nacido diez años atrás, algo que el tiempo les permitió concretar.
“Yo siempre tuve la ilusión de hacer cosas. Soy católico practicante y creo que Dios me fue llevando por distintos caminos hasta que me puso en este, definitivamente”.
Balance
Hace tres años que Luis dejó la venta, porque cambió la concepción del negocio, y se dedica solo a la administración y a la gerencia de Don Emilio. Sin embargo, lleva su pasión intacta. Por eso define como un buen vendedor al que tiene “una percepción especial” para hacerlo: “Hay algo de seducción, uno tiene que seducir al cliente y, de esa manera, atraerlo. Y, además, hay que tener conocimiento de lo que se habla y de lo que se ofrece, por eso aquí no dejamos de hacer capacitaciones, porque hay una gran diversidad de artículos y es importante saber qué hay y cuáles son sus características y prestaciones”.
Y al momento de hacer un balance, vuelve a recordar que las necesidades que vivió cuando era chico “no se compara con nada de lo que pudo venir después”. Y, emocionado, concluye: “Yo siempre tuve la ilusión de hacer cosas. Soy católico practicante y creo que Dios me fue llevando por distintos caminos hasta que me puso en este, definitivamente. Tenía ganas de vivir y de hacer. Mi objetivo era que mis hijos sean mejor que yo, y lo logré”.
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