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Enfermedades desatendidas

Dengue, zika, hantavirus se agrupan dentro de las zoonosis. El sistema de salud se suele movilizar tarde. La necesidad de implementar políticas de prevención.

Para El Universitario. Web: eluniversitario.unnoba.edu.ar

En 1871 en Argentina se produjo una epidemia de fiebre amarilla con epicentro en Buenos Aires que ocasionó 13.614 muertes. Por entonces la ciudad era una gran aldea de 187.000 habitantes, mezcla de inmigrantes y criollos. Esta enfermedad causada por el mosquito Aedes Aegypti es una zoonosis. En la actualidad siguen reportándose casos y la desaprensión ciudadana respecto de las conductas de cuidado para evitar la proliferación del vector que transmite la enfermedad al ser humano crea las condiciones propicias para generar una epidemia de mayor envergadura, atendiendo a que solo en el conurbano bonaerense la población se cuenta por millones.

Esta es la comparación con la que el doctor Jorge Bolpe, director de Zoonosis Rurales de Azul, se introdujo en un diálogo sobre las enfermedades transmitidas por animales, en oportunidad de abrir la tercera cohorte de la Maestría en Prevención y Control de las Zoonosis que dicta la UNNOBA.“Las zoonosis son enfermedades transmisibles entre los animales y las personas. Son largamente conocidas e involucran a un gran número de agentes causales. Surgen de la convivencia del ser humano con el reino animal”, indicó Bolpe.

Respecto de la atención que el sistema de salud les presta a estas patologías, el especialista refirió que varias de ellas entran en la categoría de enfermedades desatendidas porque en general son enfermedades que tienen una forma de presentación silenciosa o se manifiestan clínicamente después de haber infectado a la persona muchos años antes.

“En el caso de las emergentes, como dengue, fiebre amarilla o zika o hantavirus por mencionar solo algunas, como provocan una alta letalidad o situaciones de epidemia, el sistema de salud les presta mucha atención de acuerdo al impacto que tengan en la población”, explicó el especialista y aclaró que en general las tradicionales, tanto parasitarias como bacterianas, “no han tenido desarrollo en cuando a su control como el país merecería”.

“Como nuestro sistema de salud se orienta más a la atención médica de los pacientes, la política de salud se centra en el asistencialismo y esto va relegando los programas preventivos. En este esquemas las zoonosis han quedado un poco olvidadas”, abundó.

Igualmente diferenció que hay ciertas zoonosis como la Fiebre Hemorrágica Argentina, la enfermedad de Chagas o la brucelosis que han contado con programas específicos de control  y han logrado importantes avances.


La clave, formar recursos humanos


Para quebrar esta realidad, y evitar las consecuencias que generan las zoonosis emergentes, el especialista resaltó la importancia de formar recursos humanos que tengan herramientas apropiadas para actuar sobre las personas y el ambiente.

En este punto puso el ejemplo del brote de hantavirus ocurrido a principio de año en la localidad de Epuyén, en el sur del país, para referir que “confirmada la transmisión interhumana, la intervención sobre el agente causal y sobre las personas afectadas fue crucial”.

Así, sostuvo que en un país que tiene más de 1.300 municipios, es impensable no contar con recursos preparados, capaces de actuar localmente porque el control de una zoonosis depende tanto de la atención de salud de las personas, como de las acciones que se tomen sobre los animales y el ambiente.

A su juicio, en materia sanitaria, este es uno de los serios problemas que tienen los municipios de la provincia de Buenos Aires: “Cuando aparecen situaciones de emergencia como son las epidemias de dengue, hay necesidad de actuar sobre el ambiente y esto requiere de personal preparado para manejar situaciones complejas”.

“Frente a una zoonosis la atención del paciente es imprescindible, pero impedir una epidemia o controlarla, exige actuar sobre el agente causal y sobre el ambiente y esto implica un trabajo constante con la comunidad”.


Una atención dispar


En la opinión de este referente, otro de los problemas que conlleva el control de las zoonosis es que la propia comunidad suele atender a estas enfermedades cuando ocurre un brote u observa cercanamente el impacto negativo de una determinada enfermedad.

“Cuando se manifiestan problemas como zika o chicungunya o se da una situación epidémica que afecta a un núcleo importante de población, la sociedad se alarma, pero si esto no ocurre las acciones de prevención se relajan. Esto es muy peligroso”.

De este modo, volvió sobre la referencia a la historia del país respecto de la fiebre amarilla y recordó: “Argentina tuvo la peor situación epidémica de su historia con una zoonosis como la fiebre amarilla que terminó con gran parte de la ciudad de Buenos Aires. Eso sucedió en el 1800 cuando no había conocimiento del agente causal ni la forma de transmisión. Hoy se conoce mucho más, pero sin embargo, no se termina de tomar conciencia de que con la presencia de reservorios como el mosquito Aedes Aegypti esto puede volver a repetirse con una población totalmente distinta y con un impacto mucho mayor, haciendo colapsar los servicios de asistencia hospitalaria”.


Educar para prevenir


Frente a las zoonosis y lo que representan para la salud de las personas, Jorge Bolpe insistió sobre el “compromiso de la auto-responsabilidad” para señalar que “como ciudadanos no hay que esperar todo de la asistencia hospitalaria”.

“Tenemos que tener una actitud de cuidado de manera tal que nuestra vida se prolongue, sin la necesidad de la atención médica que cada día es más cara y más compleja”, remarcó.

En esta línea y en relación a enfermedades que tienen un componente ambiental, explicó que las modificaciones provocadas por el ser humano suelen tener un impacto negativo y ejemplificó: “Antes las gaseosas venían en envases de vidrio retornable, hoy en día muchos envases son descartables y deberían reciclarse. Sin embargo, quedan dispuestos en cualquier lugar generando una innumerable cantidad de criaderos de mosquitos que antes no existían. Una acción tan sencilla tiene consecuencias para la salud que muchas veces resultan impensables”.

“Esas conductas de la población tienen que ser modificadas y esto es muy difícil. Se requiere de una educación ambiental sostenida. Esto va más allá de la información que sirve para que la gente conozca. La educación contribuye a cambiar hábitos”, concluyó.

 

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