A eso de la una de la madrugada del 2 de abril de 1982, Sergio Bustamante salió a la cubierta del buque Cabo San Antonio y observó por unos minutos, junto a un grupo de soldados, la costa de las Islas Malvinas. A lo lejos, alcanzó a ver una estela de luces amarillentas y el tiempo pareció detenerse en aquel lugar que sería su destino en pocas horas y una marca para el resto de su vida.
Volvió a su cama, se recostó y trató de calmar el ánimo de algunos jóvenes conscriptos que todavía lloraban adivinando lo que les esperaba. Las cartas estaban echadas. En pocas horas comenzaría el último conflicto bélico en el que participó el país, en el que Bustamante formó parte de la avanzada que tomó las islas, para luego quedar como reserva en el continente.
“Yo dejé mi huella en Malvinas, una parte me quedó allá”.
Infante de marina
Si bien Bustamante nació en Mercedes, era muy chico cuando trasladaron para Junín a su padre ferroviario y la familia se mudó para acá. Se crió en el barrio Mayor López, luego vivió en Pueblo Nuevo y, finalmente, en las cercanías de Rivadavia y la Ruta 188.
A sus 18 años salió sorteado para hacer el servicio militar y su destino fue Infantería de Marina. “A mí la colimba me enseñó un montón, aprendí mucho sobre el respeto”, asegura emocionado.
Hizo dos meses de entrenamiento en el Centro de Instrucción y Adiestramiento de Infantería de Marina de La Plata y luego lo trasladaron al BIN2: la Base de Infantería de Marina N°2 de Puerto Belgrano.
Durante su estadía allí debió hacer tres ejercitaciones en Puerto Madryn. La cuarta fue ordenado a finales de marzo de 1982.
“Sé que algún día las islas van a volver a ser argentinas”.
A Malvinas
Sergio afirma que esta cuarta misión fue “muy rara” desde el principio: “Nos hicieron alistar con armamento y un despliegue que nunca habíamos visto. Era impresionante la cantidad de gente que había allí, era un hormiguero de soldados. Se sumaron los del Ejército y salimos para Puerto Belgrano. De ahí embarcamos en el ARA Cabo San Antonio, que es el buque que nos llevó a Malvinas, pero sin decirnos adónde íbamos. También fue raro que nos despidió la fanfarria de la Infantería de Marina, eso no había sucedido en ningún viaje anterior. Aparentemente íbamos al canal de Beagle, pero al segundo día cambiamos de rumbo y fuimos a altamar”.
El temporal que atravesaron hizo que, prácticamente, no pudieran salir de sus sollados durante tres días. El 1° de abril les leyeron un comunicado que anunciaba que iban a recuperar las Malvinas. “En ese momento pensé en mi familia, en mis viejos. Había chicos que se abrazaban y lloraban, algunos pedían por su mamá. Esa noche no durmió nadie”, recuerda Bustamante, que a la madrugada pudo ver, a lo lejos, la costa de las islas.
La toma
Su equipo llegó a Malvinas en una oruga anfibia a las seis de la mañana. La misión de su grupo era la de tomar y asegurar el aeropuerto. “La orden era no tirar, solamente se iba a responder si había una agresión hacia nosotros”, cuenta.
Tomaron el aeropuerto sin disparos, mientras el resto de los anfibios fueron a la ciudad. Algunas horas más tarde, se trasladó a la casa del gobernador, donde había un enfrentamiento importante. Una vez asegurada la residencia del mandatario, se hizo una requisa en el pueblo. “Fuimos casa por casa y al ver que estaba todo controlado y que todos los soldados habían llegado a Malvinas, pasamos a ser reserva”.
La tarea de Infantería de Marina, que era la de asegurar el lugar, estaba cumplida. Por eso, algunos días después, su equipo fue enviado a Río Grande.
“Cuando nos mandaron al continente un grupo se quedó y yo pedí quedarme con ellos, pero no me dejaron porque eran de otra compañía” relata Bustamante. Más adelante, ya en Río Grande, volvió a pedir que lo mandaran de vuelta a las islas, pero no lo autorizaron.
“Ahora se dan cuenta lo que es el veterano de guerra. Al principio, cuando uno decía que había estado en Malvinas, te miraban como a un loco. Hoy no”.
“Un sentimiento”
Fue un capitán el que les dio la noticia del final, el 10 de junio. “Bueno, muchachos –les dijo– nos vamos a casa, se terminó la guerra”. Los soldados se miraban incrédulos y el militar confirmó que se había firmado la rendición.
Sergio regresó a Puerto Belgrano y el 7 de julio se fue de baja. Una vez en Junín, su misión fue rehacer su vida, pero sin olvidar lo que dejó en las islas.
Se presentó con el certificado de ex combatiente en el ferrocarril y en la empresa Entel. En ambos lugares fue aceptado. Trabajó como telefónico desde finales de 1982 hasta que se jubiló, hace dos años.
Según dice, en los primeros años la relación con la sociedad fue distante, pero después hubo una reivindicación: “Ahora se están dando cuenta lo que es el veterano de guerra. Al principio, cuando uno decía que había estado en Malvinas, te miraban como a un loco. Hoy no”.
Es que, para Bustamante, lejos de ser locos, los ex combatientes merecen el mayor de los respetos: “Yo dejé mi huella en Malvinas, una parte me quedó allá. Malvinas es un sentimiento, me hubiese gustado estar ahí, y si mañana me llaman para volver, sin dudas voy. Es un lugar que nos pertenece por derecho. Yo sé que algún día van a volver a ser argentinas”.
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