“Qué difícil es escribir de nuevo, desde acá, de vuelta en nuestros pagos. Faltaba algo y no sabría cómo llamarlo: ¿Cierre? ¿Conclusión? ¿Punto final? o más bien, otro punto de partida. Otro de los tantos que tendremos en nuestras vidas. Esos puntos que sin duda nos sacuden, reacomodándonos y enfocándonos nuevamente al norte, a nuestro propio norte. Estamos más que felices por la experiencia vivida, pero qué complejo es querer transmitir en un encuentro con amigos o familia cuánto cambio vivimos en nuestros corazones. No hay palabras que alcancen ni resuman estos 20 meses que cambiaron nuestras vidas, nuestra forma de ver y mirar.”
De esta manera Mechi y Diego reflexionaban sobre una experiencia de vida que los llevó a recorrer más de 15 países de América en un año y ocho meses a bordo de una combi Volkswagen modelo 1985 que fue acondicionada en un taller de Junín, ciudad en la que vivieron y trabajaron en empresas locales.
En sus escritos “Bitácora” sellaron cada momento vivido a partir del 22 de septiembre de 2012 cuando partieron desde el Planetario de Buenos Aires en busca de experiencias de vidas y humanitarias hacia el sur argentino para luego dirigirse al norte del continente. “La Bitácora era un libro que conocí en el velero de mi abuelo, en el cual él escribía durante los viajes a Uruguay lo representativo del día”, explica Diego en el portal compartiendoamerica.com.ar.
Años anteriores a ese punto de giro estuvieron radicados en Junín desde donde decidieron cambiar el destino de sus vidas, aunque sea por unos años, para emprender un sueño que los llevó por las rutas argentinas hasta Toronto, Canadá al paso de 70 kilómetros por hora.
“En Estados Unidos teníamos que bajar a las colectoras de las autopistas porque la velocidad mínima era 80 km y nosotros no podíamos estar exigiendo mucho al vehículo”, recordó Diego en diálogo con Democracia.
La combi VW 1985 -que es casa rodante- tiene nombre y para ellos no es un vehículo, sino que es “ella”, su hogar, la tercera integrante. “Parecía que era un sueño, hasta que ‘Gardenia’ llegó a casa. La mirábamos y nos emocionábamos”, expresaron.
En estacionamientos de los Mc Donalds, supermercados o en las puertas de las viviendas, la pareja pasó los días y noches hasta junio de 2014 cuando regresaron a Argentina.
“Buscar historias”
Pero todas las decisiones que se toman en la vida tienen un porqué y “para qué”. “Era un momento de la Argentina en que estaba todo muy mal y se hablaba de lo negativo. Y nosotros nos dijimos que hay mucha gente que hace cosas buenas y el bien ayudando desinteresadamente y que nunca sale en ningún lado. Entonces el viaje salió con la idea de buscar historias de personas que hacen cosas por lo demás y no por guita”, dijo Diego continuando con la entrevista.
“Con Gardenia elegimos ir a 70 km/h haciendo camino al andar. Elegimos ver América a un ritmo sereno, con poco peso en nuestras espaldas, dedicados a conocer corazones que dan la vida por ayudar al que sufre. Y nos sorprendimos con creces, superamos cualquier expectativa.”, afirmó.
“Teníamos buenos trabajos, vivíamos muy cómodos en una quinta en Junín muy linda, estábamos bárbaros, pero nos sentíamos con un vacío espiritual muy grande de que la vida no podía ser esto y tenía que haber algo más”, consideró.
“Lo interesante es que después de volver cambiamos nuestras vidas, ya que hoy vivimos en una cabaña en el delta del Tigre y yo trabajo en la Villa José León Suárez y mi mujer en una fundación que ayuda a construir casas a gente carenciada. No volvimos más al mundo de los negocios y las empresas, vivimos muy tranquilos”, aseguró.
Pequeñas y grandes anécdotas
“A mí me pegó fuerte la historia de un hombre -Don Olmo- en San Juan que se jubiló y le preguntó al cura del pueblo en qué lo podía ayudar, quien le respondió que fuera a misionar en la zona oeste de la localidad. De esta manera se instaló en una esquina con mate cocido y galletitas para ofrecer a las personas y hoy tiene un centro enorme”, exclamó Diego.
“Antes mi ídolo era mi amigo que había puesto una página web y la había descosido toda con un negocio, que le iba bárbaro como empresario y ganaba guita. Recuerdo que ese día le dije a Mechi: ‘Yo quiero ser como Don Olmo’ quien pasó a ser mi ídolo en ese momento”, expresó.
“El viaje se va haciendo solo. La garra es salir y después la gente te va ayudando en todo sentido. En México arreglamos bien la combi porque en Estados Unidos es más caro donde ya en Texas comenzó a hacer ruido un rulemán y caímos en una gomería cuyo dueño nos invitó a dormir en su casa conteiner”, sostuvo.
Y continuó: “Al día siguiente el pibe me dijo que el repuesto lo compraban entre todos los compañeros de trabajo y la mano de obra no me la cobraban. En ese momento me dijo: ‘Un señor quiere hablar con vos’. Era el ingeniero del pueblo que estaba fascinado con el viaje y me alertó que las cubiertas no estaban buenas, pero la realidad es que estaban en un 70 por ciento. Fue al gerente de la gomería y le compró cuatro cubiertas nuevas que son las que tengo puestas hasta hoy. Esa noche nos invitó a comer”.
“A nivel humano”
“Buscamos siempre a las personas que se dedican a hacer el bien a los demás y nos quedábamos tres días con ellos trabajando por ejemplo en comedores. Todo ese viaje se vivió muy lindo en toda Latinoamérica, inclusive México, ya que cuando llegás a Estados Unidos cambia el panorama porque esas necesidades básicas están cubiertas y es distinto”, aclaró Diego.
“Pero en todos esos lugares que estuvimos compartiendo con la gente lo que significa ayudar fue lo más lindo del viaje. Si bien en Norteamérica estuvo bueno, hasta México fue lo más lindo porque vivimos con la gente que compartís cinco días y te hacés amigos”, remarcó.
“Si bien después no te volvés a escribir, queda un núcleo dentro del entorno familiar. Con Mechi vivíamos en la combi en las puertas de las casas compartiendo los días con las familias. Fue una experiencia muy linda a nivel humano que fue lo más fuerte del viaje”, subrayó.
“Después estuvimos en playas como en Coco, Costa Rica donde te levantabas a la mañana y te ibas directo al mar”, concluyó.
“El hogar es el camino.” La frase se desprende de la película Into the Wild, dirigida por Sean Penn en 2007. Su viaje, así, fue ese camino, los amigos que le dio ese camino, el amor de mirarse todos los días y una consigna para siempre: “la felicidad solo es real cuando es compartida”.
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