Hace cuatro meses dejó de existir el Dr. Eduardo Cognini. El deceso, desgraciado final de un mal que lo perturbó severamente en sus últimos años, sumió en pesadumbre a su familia, a los numerosos amigos que cosechó desde su primera infancia y mantuvo hasta el final de su vida y a la comunidad jurídica que bien lo conoció. No es la intención de esta nota resaltar las condiciones personales del extinto, tarea que corresponde a los que pertenecieron a ámbitos que le fueron más cercanos.
Pero considero oportuno recordar aspectos de su larga carrera judicial. En ella, como Secretario de Juzgado y luego como Juez fue eficaz maestro de los empleados a su cargo, tarea docente que ejerció sin estridencias ni claudicaciones, buscando siempre que todos ellos comprendieran la esencia del trabajo que llevaban a cabo, explicando la teleología que daba fundamento a los conceptos jurídicos en juego en cada caso, y también la necesariedad que las cuestiones judiciales terminen en el menor tiempo posible porque el estado habitual del ser humano no es pleitear sino tratar de vivir en armonía. Los empleados –algunos ya funcionarios y magistrados- con seguridad recordarán lo referido en actitud agradecida por aquellos esclarecimientos.
Una faceta, constituía, a modo de ver de muchos, la característica definitoria de su marcada personalidad, que exponía cotidianamente cuando ejercía el difícil oficio de sentenciar: una indeclinable convicción que su trabajo era prestar el servicio de justicia, “para eso me pagan, por eso nos pagan”, decía. Si el trabajo requería de horarios extendidos o de ocupación de días no hábiles, qué más da: la tarea debe hacerse y si los días vienen calmos en cuanto al trabajo, mejor así. No hablaba de sus sueldos. ¿Eran buenos? ¿regulares? ¿o malos? “Esa es otra cuestión….bueno, Argentina es así, cambiante”, le faltaba decir.
Esta faceta notoria –y notable- de Eduardo Cognini lo llevó a concertar un seguro e intenso compromiso con la función que desempeñaba. Tenía claro que era un servidor de la justicia y con esa impronta laboraba. Esta era lo definitorio. Lo demás, todo lo demás, le era concomitante, accesorio.
En una sociedad humana los que ocupan los cargos de mayor trascendencia pueden ser personas prototípicas del medio en que se desempeñan. También pueden ser personas arquetípicas que constituyen modelos a seguir. A mi criterio, el Dr. Eduardo Cognini fue un arquetipo de magistrado.
Juan José Fernández
TRIBUNA DEL LECTOR
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