Si los apodos definen a las personas, el que lleva Daniel Aréjula desde su época de basquetbolista lo pinta de cuerpo entero. Cualquiera que lo haya visto jugar entiende claramente por qué le dicen “El Mago”. Rápido, pícaro, hábil, goleador y con una gran destreza, sus movimientos solían dejar desairados a los rivales que intentaban oponerse en su camino al aro.
El Club Los Indios –su “segunda casa” dice– fue el lugar donde se formó. Después paseó su magia por las grandes ligas del deporte de los 80, fue un número fijo en la Selección Nacional, conoció la gloria, para finalmente seguir recorriendo otros caminos, como el de entrenador o de dirigente, pero siempre vinculado al básquet, el deporte que está en su ADN.
Inicios
Daniel Aréjula nació en Junín y se crió en el barrio Pueblo Nuevo. Empezó a jugar al básquet en Ciclista, pero allí permaneció poco tiempo. Luego retomó en Los Indios, a sus siete años, donde se formó como basquetbolista e hizo las inferiores.
“El secreto era estar en el club, ponerle horas al entrenamiento”.
Siempre en el puesto de ayuda base o alero, ya en mini básquet empezó a ser convocado a las selecciones de Junín.
“El secreto era estar todo el día en el club, ponerle horas al entrenamiento”, asegura.
A sus 17 años, mientras se destacaba como deportista y formaba parte de la Selección Nacional de Juveniles, quisieron llevarlo a Ferrocarril Oeste. Pero Daniel decidió quedarse en Junín. Al año siguiente volvieron a buscarlo de Ferro y también de River Plate, y le sedujo más la propuesta del Millonario.
La alta competencia
En aquellos primeros años de los 80 ya jugaba en River José Luis “Tatote” Pagella y a Aréjula le pareció importante tener un coterráneo como referente en el club adonde estaba yendo.
El Mago se metió enseguida en el equipo. Disputó con River la Liga Metropolitana, el Torneo Argentino de Clubes –donde le ganaron la final a Obras–, la Liga Suda-mericana, y la Liga Nacional desde su creación. En 1985, el Millonario hizo de local en la cancha de Ciclista, lo que generó una revolución en el básquet de Junín. “A la gente que pasó por la cancha de Ciclista ese año le quedó un recuerdo imborrable”, afirma Aréjula, que compartía equipo con jugadores de la talla de Pagella, Marcelo Duffy, Aldo Jódice o Héctor Haile.
“No era un sacrificio ir al club todos los días, me causaba placer”.
Allí se quedó hasta 1986, cuando el equipo “se desarmó”. Jugó dos años en San Andrés, luego estuvo en Ferro –donde salió campeón de la Liga Nacional–, en Peñarol de Mar del Plata, Olimpia de Venado Tuerto –que jugaba en el TNA y con el que logró ascender–, regresó a River en la Liga Nacional y cerró su carrera en Olímpico de Santiago del Estero.
Ahí decidió dejar al básquet profesional porque ya no quería seguir estando lejos de su familia, por lo que regresó a Junín y jugó un tiempo más en Los Indios, llevando a su club hasta la “B”.
¿Cómo era como jugador? Él mismo lo define: “Todo lo que yo hacía era producto del trabajo, me iba solo al club en el horario de la siesta, y si bien había jugadas de fantasía que me podían salir, yo entrenaba mucho. A eso se podría sumarle que habré nacido con algún talento que potenciaba todo eso. Me parece que tenía un juego bastante vistoso porque hacía muchos goles de contragolpe o de uno contra uno, era muy veloz, muy dinámico, y eso engancha a la gente. Y en aquellos años no se destacaban otros aspectos del juego que sí se empezaron a valorar después, como la defensa”.
Desde otro lugar
Cuando dejó la práctica deportiva siguió ligado al básquet, aunque desde otro lugar.
“Me quería probar como entrenador, me parecía importante tener mi experiencia del otro lado de la línea”, cuenta. Trabajó en Los Indios, donde le fue muy bien y ganó campeonatos, y también fue entrenador de la selección de Junín, un equipo que salió campeón provincial por primera vez en la historia.
Luego entrenó a la selección de la Provincia de Buenos Aires llevándola a ser subcampeona nacional.
“Me sentí muy cómodo como entrenador –afirma–, en determinado nivel el jugador te cree o no, y a mí me fue muy bien”.
Más adelante fue vicepresidente de la Asociación Juninense de Básquet y en la actualidad colabora en lo deportivo con el club de sus amores: Los Indios.
Balance
Aréjula asegura que siempre disfrutó más de entrenar que de jugar: “No fue un sacrificio ir al club todos los días, me causaba placer. En ese momento te olvidás del mundo, te enfrascás ahí y es eso solo”.
Es que la pelota y el aro siempre estuvieron en un primer plano. “El básquet está metido en mi sangre, en mi ADN –señala–, y siempre trato de buscar la vuelta para mejorar lo que se está haciendo, no solamente hablar desde afuera, sino tratar de aportar lo mío”.
Y al momento de hacer un balance, concluye: “A mí me manda saludos todo el mundo, en cualquier lugar soy bien recibido, me recuerdan, y eso no es gratuito, es porque algo hice para tener un buen paso deportivo, haber vivido de esto muchos años, haberlo disfrutado y tener las puertas abiertas donde quiera que vaya”.
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