A sus 23 años Carlos Craviolatti tomo una decisión clave para su vida. “Voy a vivir de la música”, pensó. No es que le estuviera yendo mal en su comercio, pero no pensaba pasarse el resto de sus días sacando fotocopias y relegando la guitarra sólo para sus tiempos libres.
Entonces se fue a un locutorio, llamó a cada uno de los 25 jóvenes que estaban en su lista de espera para que les diera clases, y les dijo que, si le pagaban el mes por adelantado, los tomaba como alumnos.
Todos respondieron afirmativamente, vendió su comercio y entonces su agenda estuvo completa de clases.
Y la docencia, más sus bandas y proyectos solistas, hizo que la música pasara a estar en su vida de una manera omnipresente, tal como fue siempre su deseo más profundo.
“Mientras tenga una guitarra, tengo todo lo que quiero”.
Otras actividades
Craviolatti nació, se crio y aún vive en el barrio Libertad. Hizo la primaria en la Escuela 18 y la secundaria en el Industrial.
Cuando egresó, entró a trabajar en el ferrocarril, donde permaneció tres años como tornero. “Me cansé de rendir para ascender a otros puestos pero siempre se los daban al hijo de uno, al primo del otro, o al conocido del de más allá. Era un lugar muy politizado y en un momento me dije que no iba a transformarme en algo que no quería”.
Pidió el retiro voluntario y se puso un comercio de fotocopias que mantuvo un año, hasta que sintió que no había otro camino que no fuera la música.
“No me gusta enseñar porque sí. Tuve un instituto y lo dejé porque yo necesito el trato personal, ser un guía, un mentor, me gusta tener discípulos, no alumnos”.
La música
Su abuelo inmigrante era acordeonista y clarinetista. Su padre, en cambio, no pudo aprender ningún instrumento, y al quedarle esa cuenta pendiente, estimuló a Carlos para que sí pudiera hacerlo.
Estudió guitarra con Coco Rebecchi y con solo 14 años se recibió de profesor.
Tenía una formación de música clásica y en su casa sonaban discos de artistas como Los Iracundos, Sandro, Cacho Castaña o Los Chalchaleros. Sin embargo, cuando escuchó la guitarra de Brian May, de Queen, ya nada volvió a ser igual. “De ahí no paré más de escuchar rock, aunque no lo tocaba, porque para mí tocar una guitarra eléctrica o hacer rock era un sueño, algo inalcanzable”, recuerda.
En banda
A los 17 se compró una guitarra eléctrica e hizo un amplificador con un radiograbador.
Fue en la recordada casa de instrumentos D’Amico donde Fabián Capurro y Bernie Bojko lo escucharon a Craviolatti tocar “Mood for a day”, de Steve Howe, mientras probaba un pedal y en ese mismo momento lo invitaron a formar parte de la banda Café Tokio. Con ellos estuvo tres años.
Después formó Martillo de Plata, con Horacio Gambarte y Sebastián Iraola. La banda tuvo una gran repercusión. “Sebastián escuchaba Nirvana, Metallica, Megadeth, y con Horacio escuchábamos cosas como Pink Floyd o Spinetta, y de esa mezcla salió Martillo”, comenta Carlos.
La banda fue un boom. Los lugares se llenaban para verlos y a veces quedaba gente afuera. Inclusive, Omar Chabán les dijo que estaba interesado en representarlos. Pero poco tiempo después de aquella propuesta informal ocurrió el incendio de Cromañón y el sueño se desvaneció.
Disuelto Martillo, Craviolatti pasó por otra banda, Isidoro del Rey. Al tiempo, se fue del país.
Viaje a Italia
En 2008 se fue a Italia a hacer la ciudadanía. Una vez en Milán se presentó en diferentes lugares con una pareja cubana. “Hacía salsa, merengue, reggaetón, y eso me hizo bien porque me acostumbré a tocar cualquier cosa y eso me soltó artísticamente”, recuerda.
Pero al poco tiempo hubo elecciones y con la asunción de Silvio Berlusconi, el trámite de su ciudadanía se trabó.
Eso le hizo darse cuenta de que ése no era su lugar. “Me pegó la cultura”, afirma. Y regresó.
“La música es mi vida, me salva y me puede curar de todo”.
Vuelta a las fuentes
Volver a Junín fue regresar a las fuentes. A la música. Cualquiera fuera: “Enseguida me llamó Alfredo Farías y con él me presenté en el Festival de Tango. Y empecé a tocar folclore, melódico, tango, covers, temas propios, volví con Martillo de Plata, tuve otras bandas, hice arreglos, produje bandas. De todo”.
Es que ya no se sintió más encasillado en el rock. La variedad es su actualidad. Por eso puede acompañar a Daiana Hernández, que canta melódico; grabar con Martillo de Plata; tocar –como va a hacerlo– en una obra de teatro para niños; formar parte de Atanor, una banda tributo a Gustavo Cerati; o tocar, grabar y producir al folclorista santiagueño Héctor Córdoba. Y, además, dar clases.
“Mi razón de vida es hacer música y hacer músicos”, resume Craviolatti, para luego agregar: “No me gusta enseñar porque sí. Tuve un instituto y lo dejé porque yo necesito el trato personal, ser un guía, un mentor, me gusta tener discípulos, no alumnos”.
Ahora sí, entonces, la música ocupa el lugar que siempre quiso: “La música es mi vida. Y me salva del bardo que es el ser humano, me puede curar de todo. Tengo a mis hijos que son mi prioridad, y siento que estoy dando todo lo que quise dar. Lo demás no importa, es secundario si tengo dinero u otras cosas, mientras tenga una guitarra y la música, tengo todo lo que quiero”.
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