Quizás agotados por la rutina laboral o por no estar conformes con sus respectivos trabajos, distintos juninenses que se arriesgaron y asumieron el gran desafío de ponerle un punto de quiebre al destino de sus vidas contaron sus experiencias a Democracia.
“Fui sintiendo que no era mi lugar”
Una de las protagonistas en estas historias es María Belén González, abogada, quien en 2014 a sus 34 años decidió dejar de lado un importante cargo en el Juzgado Penal de Junín para dedicarse a dar clases de yoga en su hogar.
“Me recibí cuando estaba el Centro Universitario en Junín y siempre había trabajado de la profesión”, comenzó diciendo María Belén en diálogo con Democracia. Y agregó: “Trabajé en la parte jurídica del Banco Provincia y luego estuve en los Tribunales de nuestra ciudad los últimos siete años que ejercí como abogada en un juzgado penal”.
“Antes de renunciar había hecho el profesorado de yoga y empecé a darme cuenta de que tenía otras inquietudes: lo que estaba haciendo no terminaba de llenarme y sentía que ese no era mi lugar”, aseguró.
Cuando comenzó a trabajar en Tribunales, comentó que entró con mucha ilusión, “ya que el penal siempre fue la rama que más me gustó cuando estudiaba abogacía. Pero con el correr del tiempo fui sintiendo que no era mi lugar, que necesitaba estar en otros lados y estar más al aire libre”.
“En el escritorio sentía que me iba a secar como una pasa de uva. Pensaba en lo que me faltaba para jubilarme, me imaginaba en ese mismo lugar tanto tiempo y me decía ‘quiero otra cosa’”, aseguró.
Al principio, continuó, “tuve el deseo de viajar sin límite de tiempo porque me pasaba que, después del mes de la feria judicial, no quería volver de las vacaciones”.
“En el escritorio sentía que me iba a secar como una pasa de uva”.
“Hice unos viajes a Córdoba, empecé a pensar que podía cambiar de vida, arriesgarme para dejar lo seguro –un trabajo con cargo importante de letrada en el Poder Judicial- y ver qué podía hacer”, resaltó la abogada y maestra de yoga.
En relación a la reacción del contexto laboral por la decisión de dejar la oficina de los Tribunales, comentó: “Lo hablé primero con el Juez con quien yo trabajaba y que admiro mucho. Él me decía que le parecía una locura y que no terminaba de entenderlo, pero siempre con mucho respeto diciéndome que si era mi decisión, él la aceptaba”.
“Hubo un montón de opiniones diferentes que no terminaba de entender”, expresó. Y continuó: “Todo ese mes que trabajé luego de presentar la renuncia, me llamó mucho la atención la reacción de la gente: algunos se justificaban como diciendo que les encantaría hacer lo que yo estaba haciendo pero siempre había un porqué que se los impedía”.
Además, recordó, “estaban quienes me decían: ‘Fantástico, te apoyo, me encanta, hacé lo que quieras y sé feliz”.
“Ahora es otra vida completamente diferente”, exclamó. Y agregó: “A los 27 años empecé a practicar yoga, por un problema que tengo en la columna, con mi maestra Eglis Rubato quien en febrero cumplió 80 y sigue dando yoga”, comentó.
“Empecé a sentir los beneficios, a ver otras cosas y a ampliar la mirada en varios sentidos. No me pude separar de la disciplina por lo que decidí hacer el profesorado”, afirmó.
Al principio, Belén comenzó a dar las actividades en el lugar donde estudió con Gabriela González que fue quien la formó y le abrió las puertas. “Con el tiempo surgió la idea de abrir una sala propia en mi quinta que está ubicada cerca del Club Golf, por lo que ahora estoy en mi hogar dando las clases hace más de un año”, explicó.
“Yo creo en esta disciplina y es lo que más me importa, ya que transmito algo en lo que yo confío que a mí me hizo muy bien porque mi problema de escoliosis dejó de existir desde que apareció el yoga”, resaltó.
Cabe aclarar que clases grupales se dan los martes y jueves en su quinta ubicada en colectora de Ruta 7 entre Los Alerces y Los Cipreses, en cercanías del Junín Golf Club. “Además tengo alumnos individuales con clases personalizadas; tengo cuatro horarios y de a poco se van sumando más. Tengo la suerte de que llegan personas maravillosas”, subrayó.
Para más información, la página de Facebook es “Nido de almas/yoga, meditación, música”.
“No quiero ser cómplice de los agroquímicos”
En otro contexto, Martín Zunino, agricultor y emprendedor de nuestra ciudad, decidió cambiar los agroquímicos por huertas y productos orgánicos, además de ser uno de los responsables en la huerta “El patio del vecino” donde enseña a realizar trabajos de cultivos.
Estudió agronomía en la UNNOBA, trabajó en la parte comercial en una empresa que producía inoculantes que “dentro de la paleta de agroquímicos es lo más insano”, aseguró. Y agregó: “Es la producción de bacterias que se introducen en la semilla de soja que después ayuda a fijar el nitrógeno atmosférico. Hasta ahí está todo bien, pero después eso va de la mano con las curasemillas y ahí ya se complica”.
“Sinceramente no me gustó para nada el tema de los agroquímicos. La producción que hoy se está manejando a escala extensiva es toda a base de agroquímicos y no se trabaja de otra manera”, resaltó.
“La producción que hoy se maneja es toda a base de agroquímicos y no se trabaja de otra manera”.
“No estoy de a cuerdo con este tipo de cosas, hay investigaciones y profesionales que se están manejando de otra manera que lo están llevando adelante sin ningún problema”, explicó. Y continuó: “Esto hace que yo hoy me haya alejado de ese área de trabajo volcándome en la parte hortícola desde el punto de vista de la producción de alimentos sanos y frescos”.
“Estamos hablando de frutos que vos lo podés cosechar en tu patio y lo podés comer de manera orgánica, es decir sin productos como insecticidas y herbicidas”, aclaró.
“No conozco a nadie que haya tomado otro rumbo que no sea el mandato de la universidad de trabajar para una multinacional”, aseguró y aclaró: “Yo elegí cambiar de camino y el desafío fue ese que no es fácil. Lo más fácil es tirar algún curriculum para alguna empresa que te toman y ya está”.
“Es un tema de conciencia más que nada y no quiero ser cómplice de ese sistema de producción que no me representa, y sí me interesa estimular a la gente para que cultive sus propios alimentos en sus hogares”, aclaró.
Todo eso mencionado anteriormente, lo llevó a Zunino a armar junto a Marisol Rachid –psicóloga- la huerta orgánica “El patio del vecino” desde el punto de vista a nivel salud con la parte de tratamientos de algunas patologías que “han tenido buenos resultados tratando pacientes”.
“Conformamos una dupla desde dos puntos de vista distintos y hemos armado este espacio donde llevamos adelante los encuentros o jornadas en las cuales enseñamos tips o cuestiones de cómo armar huerta”, comentó. Y agregó: “El INTA usa la huerta como punto de entrega de semillas de todas las temporadas. Además, como soy promotor del Pro Huerta, las reparto en el barrio donde vivo”.
Siguiendo con la línea de lo natural y orgánico, la actividad de Marín Zunino por la cual recibe ingresos consiste en la elaboración de un kéfir de agua. “Es una bebida fermentada que se hace como la cerveza con una levadura, pero en mi caso la fermentación es ácido-láctica”, explicó.
Los nódulos de kéfir, en su caso, se producen con limón, alguna fruta deshidratada y azúcar de mascabo –más natural y sana que la blanca de mesa-. “Se deja fermentar, se cuela y envasa”, agregó.
“Se trata de una bebida muy antigua y mi marca es Terraw que es una palabra que traducida significa ‘tierra viva’”, expresó. Y confirmó: “Mi actividad va de la mano de la alimentación saludable, la producción de alimentos sanos y amigables para el medio ambiente”.
“Con mi novia hacemos galletitas de avena y hamburguesas de mijo, entre otros”, aclaró. Y subrayó: “Tratamos de armar todo muy artesanal: uno lo hace para consumo propio pero a su vez lo comercializamos”.
“Es un trabajo alucinante”
Por su parte se encuentra Cesar Coluccio, quien pasó de la oficina a un barco a vela en el Mar Caribe donde trabaja como marinero y cocinero en viajes transportando a mochileros -desde Cartagena- por los cayos, entre Colombia y Panamá.
“Yo me inserté en este mundo por Luis Rubial, un amigo que conocí en Junín, ya que él estaba trabajando en esto y me dijo si quería venirme por una suplencia de una chica que trabajaba en un velero”, expresó Coluccio en diálogo con Democracia. Y agregó: “Desde un principio me vine por un mes y medio, por lo que dejé en Argentina el trabajo, departamento y mi familia”.
“Tengo cinco días libres en Cartagena, me subo al barco, estoy 15 días afuera, ya que nuestro trabajo consiste en llevar mochileros a los cayos”, explicó. Y agregó: “El capitán del barco me tomó fijo por lo que nunca volví a la Argentina y hace dos años que estoy acá haciendo esto”.
“Un amigo del barrio me llamó para cubrir una suplencia en un barco”.
Su trabajo puntualmente consiste en el traslado de pasajeros “backpacker” (mochileros) en el cual “se les hace un servicio de cinco días desde Cartagena al cayo San Blas o a la inversa, dependiendo del viento y la marea, ya que trabajamos con veleros, por lo que dependemos de las condiciones climáticas en un 100% y los días pueden variar”, afirmó.
“En mar abierto siempre avistamos delfines, ballenas y algún entretenimiento, es un trabajo alucinante”, expresó.
“Ya en la isla le damos tres días completos a los turistas mochileros con comidas de la zona como langostas y pulpo; los llevamos a hacer snorkel, hay canchas de vóley. Son 360 cayos en ese sector del mar”, señaló.
En relación a la gastronomía en países caribeños, el chef explicó que “acá se encuentra muy diferente la comida: se come mucho frito pero también encontré frutas exóticas increíbles con sabores que probás y te alucinan las papilas gustativas como el maracuyá, la papaya, mango que son bien tropicales y realmente hay una variedad muy grande”.
“Te vas haciendo de a poco, para el mar o servís o no servís, lo amás o lo odiás, ya que mucha gente no se acostumbra”, sostuvo.
“Todo el mundo piensa que es todo lindo con la arena, el agua celeste y las palmeras, pero realmente hay que bancarse muchas cosas como estar navegando de noche con lluvia”, afirmó.
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