INUNDACIONES EN EL NOROESTE BONAERENSE

Perderlo todo una y otra vez: el drama perpetuo de los que viven a orillas del río

Los barrios ribereños no lograron superar una inundación cuando sufren otra.

La lucha contra el agua aparece como un motivo recurrente en la vida reciente de Victoria Torres (33). En 2015 la creciente del río Salto destruyó por completo su casa del barrio Trocha y no le dio tiempo ni para poner a resguardo los muebles. El agua la dejó sin nada en el mismo sitio que está hoy: el Centro de Educación Física de Salto, adonde llegó el miércoles pasado junto a muchos otros evacuados, víctima de una nueva crecida.
Es cierto que esta vez hubo un aviso, pudo anotarse en la lista de evacuaciones de los bomberos y logró salvar muchas cosas, entre ellas, la cocina y la heladera. Pero no lo es menos que la nueva inundación es un golpe que llega cuando todavía no se había recuperado de la anterior y que eso tiene un impacto profundo en su ánimo. La foto que guarda en su celular, con la casa totalmente destruida por la creciente de 2015 es un testimonio de esa lucha incesante y circular. De una historia que demanda esfuerzo tras esfuerzo y paga, en el mejor de los casos, con incertidumbre y en el peor de los casos, con una nueva crecida.
La experiencia de los habitantes del barrio Trocha y otros asentamientos bajos establecidos a la orilla del río Salto recuerda, en cierto modo, al mito griego de Sísifo, condenado por los dioses a empujar todo el tiempo una piedra gigante montaña arriba hasta la cima, sólo para que volviera a caer rodando hasta el valle, desde donde debía recogerla y volver a empujarla hasta la cumbre.
Las razones de tanta inestabilidad son mucho más terrenales que aquel relato: Victoria, que llegó a Salto desde José C. Paz y se radicó en el barrio Trocha, supo desde el principio que se trataba de un barrio difícil, por la frecuencia de las crecidas (sólo en lo que va de este año, los habitantes enumeran tres, la última, la más grave, cuando el río alcanzó el pico histórico de 9,50 metros el miércoles pasado).
Victoria, como muchos vecinos, quiso dejar el barrio después de sufrir la primera inundación. Pero con las clases de danzas folclóricas y la elaboración de souvenires de las que subsiste no le alcanzó para afrontar la diferencia de precio entre un alquiler en los barrios ribereños y otro en los barrios altos.
“Durante un tiempo alquilé en Pompeya, pero no duró mucho. Lo que pasa es que alquilar en Trocha cuesta 2500 pesos y hacerlo en los barrios que están más lejos del río sale por lo menos el doble”, dice.
Como Victoria, otros habitantes de las zonas ribereñas de Salto cuentan experiencias tan parecidas como reiteradas,
“Ya habíamos tenido dos crecidas este año, pero ninguna tan importante. Esta vez nos habían avisado que el río iba a crecer, pero por lo que se decía no iba a ser tan grave. Cuando me quise acordar estaba entrando agua a mi casa por el lado del río y por los costados. Fue muy rápido y logramos salir, pero no pudimos salvar todas las cosas”, cuenta por su parte Rosa Zárate.
Zárate también está en el refugio de evacuados que funciona en el Centro de Educación Física de Salto junto con 21 de sus familiares, todos víctimas de la inundación. Acostumbrados a las crecidas y a las evacuaciones, los vecinos se ordenaron rápido y establecieron una rutina para distribuir las tareas de limpieza y mantenimiento del lugar mientras estén ahí.
“En el 2015 perdí absolutamente todo por la creciente. Y justo que estábamos volviendo a empezar nos pasa esto. Es como que inundarse se está convirtiendo en una costumbre”, dice Rosa, que asegura haber salvado la mesa, la cocina y la heladera (que llevó con ella al CEF), pero que no pudo hacer lo mismos con el ropero y con toda la ropa.

Lluvias y crecidas  más frecuentes
La idea que se repite en el relato de los vecinos, de lluvias e inundaciones, más frecuentes aparece abonada por algunos datos objetivos. En Arrecifes, por caso, hablan de un incremento sensible en el registro de precipitaciones del partido entre mediados del siglo XX y la actualidad. Según los datos que maneja la intendencia, si en 1950 llovían 750 milímetros anuales, hoy llueven 1.200 en el mismo lapso y en promedio,
A la hora de explicar el porqué de esta tendencia se apunta a fenómenos como la influencia de la corriente de El Niño o el cambio climático. Y el impacto de estos factores en las regiones costeras preocupa especialmente a los especialistas en todo el mundo. Durante una vista que hizo a La Plata en octubre de 2016, la especialista en clima Virginia Burkett, directora asociada del Servicio Geológico de EE.UU. para el Cambio Climático y Uso del Suelo y una de las principales autoras del tercer, cuarto y quinto Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) -institución galardonada con el Premio Nobel- advirtió sobre la creciente vulnerabilidad de las zonas costeras en el nuevo escenario signado por el calentamiento global.
Rosa Zárate habita y conoce esas regiones costeras. El Trocha, su barrio desde hace seis años, que tiene como característica el hecho de que todas sus calles tienen nombres de cantantes célebres de tango, también se caracteriza por sufrir frecuentes inundaciones. En la dinámica de esos episodios dramáticos, Rosa no lo duda: el peor momento es el de volver: “Volver es lo peor porque no sabés con qué te vas a encontrar. El panorama suele ser desolador. Además hay que limpiar y desinfectar todo para hacerlo habitable antes de disponerse a arrancar de cero. Todo ese esfuerzo sería más fácil de encarar si uno supiera que no se va a inundar más. Pero no sabe. Entonces se reconstruye en medio de la incertidumbre”.

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