Pese a todo, el país está frente a una oportunidad. Por estos días vivimos una vorágine de acontecimientos en los que se mezclan los cortes, paros, piquetes, carpas, índices del Indec, nuevas tasas del BCRA, la caída del dólar, tours de compras de los argentinos a Chile y Paraguay, supermercados que no dejan de aumentar los precios, sectores productivos afectados por la recesión y siguen los títulos.
Se conjuga así una suerte de conmoción y confusión en la que, finalmente, pareciera que todos y/o ninguno tienen todo o parte de razón. Nadie discute ya la pobreza, la indigencia, la desocupación, la inflación, la escalada de los precios, la necesidad de que los chicos estén en las escuelas y que los salarios de los docentes, al igual que los de muchos otros trabajadores, merecen un ajuste, como también que el Estado no cuenta con los recursos para satisfacer la medida de todos los reclamos y que la crisis y la corrupción heredadas no reconocen antecedentes.
Sin embargo, a mi juicio, la buena noticia es que en este escenario, la educación ha ascendido en la consideración general y se ha posicionado como una de las mayores preocupaciones de los argentinos. Lo deseable es que no se trate de una atención meramente coyuntural y que caiga en el olvido una vez superada la discusión salarial con los maestros. Eso es lo que no debemos permitir, gobernantes y gobernados.
La educación, junto al respeto y sometimiento a la ley y la Constitución, son los ordenadores y niveladores sociales por excelencia en una nación jurídicamente organizada. Lamentablemente, en nuestro país, se presenta con dramática nitidez, que nadie cumple ni respeta la ley y muy pocos, al menos hasta hoy, han estado preocupados por la educación.
En el mundo desarrollado no existen países en los que no se respeten las leyes. Si no abordamos seriamente estos desafíos no habrá forma de construir un destino posible. Los ausentes poderes Legislativo y Judicial deberían contribuir activamente a dicho ordenamiento y el Gobierno debería promover un pacto político que, cuanto menos, defina y acuerde políticas de Estado sobre educación, pobreza, seguridad y narcotráfico.
La circunstancia de encontrarnos en un año electoral no nos debe paralizar, por el contrario, sería muy bien recibido por el electorado. Para ello se requiere decisión política, inteligencia, desprendimiento, espíritu participativo, condiciones no fáciles de lograr si miramos nuestra historia o la grieta instalada. Si el Gobierno convoca no será fácil negarse o escapar al convite y la duda está en si desde el Estado hay realmente voluntad de hacerlo. Son gestos que contribuyen a bajar el nivel de confrontación que hoy nos abruma.
Por qué no retomar conductas como la despedida de Balbín al presidente Perón al momento de su muerte, cuando luego de una vida de fuerte confrontación no dudó en “despedir al amigo”; o la despedida de Tony Blair, ex Primer Ministro del Reino Unido, a Martin Mc Guinness, quien fuera el comandante del Ejército Republicano Irlandés (IRA) y uno de los líderes que más combatió con las tropas británicas hasta lograr la paz en Irlanda del Norte, cuando expresó que “el pasado no debe definir el futuro”.
Tal vez lo más revelador de cuán lejos estamos de este tipo de conductas, está en la comparación entre las amenazas inferidas por el gremialista Viviani a sus pares cuando los apretó con darles vueltas los taxis si no adherían al paro de la CGT, con el mensaje del presidente de la Unión Europea, el italiano Antonio Tajani, quien el pasado 25 de marzo, en el Vaticano y con motivo de la reunión de los líderes europeos, sorprendió a estos y al Papa Francisco, al recitar el famoso fragmento del Martin Fierro que reza: “Los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean los devoran los de afuera” (Diario La Nación, 10/03/2017).
Dr. Oscar R. Peretti
DNI 4.973.732
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