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SOCIEDAD

Mujeres que se animaron a replantear su vida en la madurez

Testimonios de tres personas que pasaron y pasan por distintas circunstancias de la vida, que las ayudaron a crecer y a afirmarse en su realidad como mujer.

Pasados los 50, algunas mujeres empiezan a replantear su vida y animarse a cosas nuevas, que nunca antes pensaron hacer. Otras retoman sus gustos, hacen aquello que siempre quisieron, mientras transitan el camino que les marca el tiempo.
Fueron seguramente las circunstancias de la vida que le dieron pie para encarar nuevos proyectos, con una nueva visión de la realidad.

Verse bien
Patricia Gallo, de 51 años de edad, es madre de tres varones, de 28, 21 y 15 años.  El menor es discapacitado, sufrió parálisis cerebral y requiere cuidados especiales.
Si hay algo que destacar en Patricia son sus ganas de hacer cosas que le gustan y seguir adelante, a pesar de los golpes de la vida.
“A la mañana llevo a Mati a hacer sus terapias y a la tarde, él va a Renacer. En este tiempo de la tarde aprovecho a hacer lo que a mí me gusta: actividad física (ir al gimnasio, a correr, a caminar) o ir a un taller de costura, pintura, bordado o lo que me guste, en el invierno, generalmente”, contó.
“Cuando él viene, hacemos otras cosas, y si tiene otras terapias o es atendido por un acompañante, entonces también veo de hacer otras cosas, como ir al centro, pasear o tomar algo. Pero todos los días, en dos horas voy al gimnasio y al parque. Vengo a casa renovada. Me gusta hacer actividades en los talleres, charlar con las mujeres”, dijo.
A la pregunta qué la impulsaba a salir adelante, la entrevistada dijo: “Para estar bien con él (mi hijo) tengo que estar bien primero yo, él me necesita bien, él y mis otros hijos. Hago la actividad que me gusta, para sentirme bien y estar de ánimo”.
“Pienso que la mujer tiene que mantenerse activa, verse bien”, opinó esta mujer, que suele prenderse en alguna que otra competencia deportiva, sin dejar la “otra maratón” que le plantea la vida.

“Sacarse el piyama”
Judith Virginia Caldiroli es de Buenos Aires hasta que decidió venir al interior. Hace 22 años vive y trabaja en Fortín Tiburcio, es autora del libro de los 100 años del pueblo y está por terminar el segundo. Es separada y tiene tres hijos: uno de ellos fallecido hace seis años y dos hijas, de 24 y 18 años, respectivamente.
“Después de la muerte de mi hijo, Alejandro, es como que me tuve que rearmar. Por entonces tenía 54 años (ahora tengo 60). Cuando él se enfermó yo estaba trabajando para Desarrollo Social en Los Toldos, en la Escuela Agrotécnica y dejé todo, de estudiar, de trabajar. Pasados como tres años de la muerte de Ale, ‘me saqué el piyama’, me vestí y me fui al pueblo”, recordó.
“Estaba sentada en la vereda de la Biblioteca, que por entonces estaba sin funcionar. Durante los 20 meses de la enfermedad de mi hijo, más los tres años de mi inactividad, no había ido más allí. Estaba ahí y se paró un auto, bajan dos personas, impecables, muy bien vestidos. Se acercan a mí y se presentan, eran de la empresa Condor Estrella. Me dijeron que querían abrir una agencia de venta de pasajes y yo me ofrecí inmediatamente. Eso me cambió la vida que estaba llevando en ese momento. Me pareció interesante desde lo social y para la comunidad”, opinó.
“Esa actividad, de atención desde la oficina, me salvó, me dio ganas. Empecé a hacer cosas por mí: por empezar, vestirme, que no es poco. Dejé todo: psiquiatra, psicólogo, pastillas, antidepresivo, anticonvulsionante, pastillas de dormir y todas esas cuestiones. Yo nunca había estado con ese tipo de medicación pero después de la muerte de mi hijo empecé a tomarla. Cuando la dejé, empecé a vivir: reacomodé toda la biblioteca, hice un pequeño museo y pusimos ahí la oficina del Condor Estrella. El 24 de mayo de 2017 va a hacer tres años que estoy atendiéndola”, explicó.

Hacia adentro

Adriana Lavie trabajó 22 años en Telefónica, es cantante y ya siendo una mujer mayor se dedicó a realizar actividades del Centro Holístico Maná, donde se hace reiki, yoga y mucho más.
 “Toda la vida busqué superarme, el arte fue mi gran maestro, aparte de mis padres, de mi educación de pueblo, siempre tuve una mente muy curiosa, de ir más allá, a ver qué pasaba y me comprometía interiormente”, manifestó.
“Eso fue lo que a mí me fue llevando a ser una actriz, una cantante, a explorar, a ser una bailarina. Me llevó a indagar en el yoga, a conectarme con grupo, con equipos, creciendo desde ese lugar. La espiritualidad, cuando llega a mi vida, es para un cambio, salir de la estructura muy fuerte de lo social, de un trabajo fijo, que me daba de comer… Seguí indagando, hoy soy maestra de Reiki, yoga, traigo terapeutas. Integré a mi vida algo que me hace mejor”, aseguró.
Para Adriana, la madurez es el punto donde uno se puede sentar a discernir y hablar de tu experiencia personal. “Te hace más calma, pero detrás hay un recorrido de mucho ‘río turbulento’”, afirmó.

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