Ángeles toda la vida había querido viajar, desde muy chica. Nunca había entendido ni estaba de acuerdo con cómo funcionaba ese periplo convencional que incluye ir a la escuela, después a la universidad, trabajar, tener una familia y a lo último, recién después de obtener la jubilación, poder descansar.
Su proyecto era otro, lo tenía muy claro. Y en él se enfocó desde los 18 años. Atrás había quedado su infancia en barrio “El Picaflor”, sus días de colegiala en el Marianista y todos los gustos que, por ser hija única, le obsequiaban sus padres, Daniel D’Errico y Alfreda.
Siendo todavía una adolescente, se fue a Buenos Aires a estudiar traductorado de inglés y apenas se recibió, seis años después, supo que era el momento de empezar a calmar esa sed de aventuras que la quemaba desde pequeña.
“La plata me alcanzaba solo para un mes muy barato en algún lado y mi cabeza seguía con las ganas de recorrer el mundo, así que di vueltas en internet y me encontré con las Visas Work and Holidays, que son convenios entre países que duran un año y te permiten trabajar legalmente. Para pasaporte Argentino existía la posibilidad de ir a Nueva Zelanda por un año y trabajar, así que a principios de 2012 partí”, comienza relatando Ángeles, recién llegada a Junín, donde solo piensa quedarse una semana para continuar con esa historia que se extendió mucho más de lo que ella misma imaginaba.
Justamente, a continuación recuerda que su idea era estar en el exterior solo un año: “Después pensaba volver y retomar mi vida, que en realidad no era mía sino lo que se esperaba de mí. Pero dos semanas después de aterrizar en otro país mi cabeza estalló y me di cuenta que no, que tenía que seguir viajando, que tenía que seguir descubriendo. Me di cuenta que desde adentro de casa el mundo parece muy intimidante, lleno de peligros y la realidad es que desde que viajo, hace ya cuatro años, me he cruzado con gente muy hospitalaria”, continúa narrando "Angie" - como todos la conocen- en este mano a mano con Democracia.
Angie, que aprendió a vivir más con su gran mochila sobre las espaldas que sin ella, no duda en afirmar que su día depende del lugar del mundo donde se encuentre y las costumbres que se tengan en ese país.
“En general suelo tener una vida medio bizarra pero, por ejemplo, el último año estuve en Australia y trabajé cosechando brócolis durante todo el invierno, con lluvia y temperaturas bajo cero. Muy divertido. Trabajaba desde las siete de la mañana hasta las cuatro de la tarde, así que me levantaba a las cinco para escribir en el blog (ver recuadro) después iba a laburar, volvía, me bañaba, cenábamos con horario europeo y a las nueve de la noche ya estábamos en la cama”, describe.
Recuerda que en ese momento “vivía en un camping en el medio del campo, no había señal de celular y el baño le quedaba a una cuadra”. Y agrega que en Australia también cosechó arándanos y coliflores.
“El año anterior (2014) había estado en Corea del Sur, trabajando en un hostel, pero solo a cambio de alojamiento y comida. En Oceanía he llegado a trabajar doce horas por días pisando uvas, eso es bueno aclararlo porque la gente de entrada piensa que tengo millones de dólares y en realidad es todo lo contrario. Puedo viajar porque no gasto en nada más que en comprar pasajes, y trabajo todo el tiempo. Es más: no sé cuándo fue la última vez que me compré ropa”, explica.
-¿Tus padres ya se adaptaron a tu modo de vida?
-Creo que se rindieron (se ríe). Saben qué es lo que me gusta y que realmente lo hago con mucha pasión. Siguen teniendo miedo obvio, y más estando tan lejos, porque no dejo de ser una mujer viajando sola.
-¿Qué extrañás del país y puntualmente de Junín?
-Principalmente la comida (risas). No sé si extrañar, pero, por ejemplo, no estuve en ningún lugar con calles con adoquines y ahora que me reencuentro con ellas me parecen maravillosas. Afuera ni como carne, pero desde que llegué que estoy a puro asado y achuras. Lo que extraño mucho también es el hábito de tomar mates. Afuera se consigue yerba, pero trabajando y ahorrando mucho. Se convierte en un lujo. Obviamente que también echo de menos a mis amigas. Extraño mucho el sentido del humor de los argentinos y el compañerismo; el “calor de los latinos” no es un mito. Los europeos son muy formales, nosotros estamos a los abrazos y es re lindo.
-¿Cuántos y cuáles son los países que visitaste?
- Me vine directo de Australia donde había estado desde marzo del año pasado, pero mi visa ahí se terminó (me queda un segundo año de visa pero lo voy a hacer más adelante). Antes había estado un año en Corea del Sur, diez días en Malasia, un año en Nueva Zelanda, cuatro meses en Reino Unido, tres semanas en Alemania y una semana en Austria.
-¿Y ahora hacia dónde te vas?
-El próximo viaje es a Corea a visitar unas amigas, después vuelo a Mongolia y de ahí me tomo el tren transiberiano para llegar a Rusia y viajar por Europa del Este.
Tengo pasaporte Italiano, lo que me permite trabajar en los países de la Unión Europea.
Con suerte este año publico mi primer libro y podría generar algunos ingresos desde ahí, pero seguro tenga que trabajar para sustentarme.
-¿Qué mensaje les darías a quienes tienen un sueño parecido al que tenías vos desde chica y no se animan a concretarlo?
-Que para viajar solo falta coraje, no plata. La plata se va haciendo por ahí y tampoco se necesita tanta, pero bueno… es muy sacrificado igual, sé que no es para cualquiera.
LA CONCRECIÓN DE UNA GRAN SUEÑO
Las aventuras de la joven juninense que recorre el mundo como mochilera
Se llama Ángeles D’Errico. En 2011 consiguió una visa de trabajo para hospedarse un año en Oceanía y allí inició la vida que siempre había soñado: conocer nuevas culturas y costumbres sin compromisos ni obligaciones que la frenasen. En esta nota, lo mejor de esa experiencia.
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