Falta poco menos de un mes para que el presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, ocupe la Casa Blanca por los próximos cuatro años. Es posible afirmar por anticipado que, en materia internacional, el nuevo mandatario priorizará los temas vinculados al comercio y a la inmigración.
Aún así, el nuevo presidente no podrá desatender dos conflictos en los que la intervención de Estados Unidos resulta imposible de ignorar: el Medio Oriente y la guerra en Ucrania.
Fue “famosa” su sentencia sobre el conflicto ruso-ucraniano pronunciada durante la campaña electoral: “en 24 horas acabo con esa guerra”. Pero aquel optimismo mutó al realismo en ocasión de la entrevista que concedió a la revista Time.
“Pienso que el conflicto del Medio Oriente es más fácil de gerenciar que lo que ocurre entre Rusia y Ucrania”, dijo entonces.
Con motivo de la reapertura de Notre-Dame de Paris tras la prolongada restauración debida al incendio de su techo, Trump fue a la “Ciudad Luz” y escuchó -no habló- las opiniones de varios gobernantes europeos, particularmente el presidente francés Emanuel Macron.
De allí que las ambiciones del presidente electo hayan trocado una conferencia multilateral sobre la paz en Europa por el mucho más inmediato congelamiento de la guerra.
Por como van las cosas parece posible. Sin el suministro de armas más ofensivas, Ucrania no puede ganar la guerra y el humor social ruso en favor del presidente Vladimir Putin decae, mientras los muertos aumentan.
Por otro lado, las operaciones militares tienden a ganar terreno en lugar de ganar la guerra. Es que se trata de llegar al momento del posible congelamiento en posición de fuerza. Rusia avanza en la región de Donetsk ucraniana, mientras que Ucrania resiste en la zona de la saliente de Kursk rusa.
De todas formas, y más allá de cuanto argumenten ambos bandos, el congelamiento resultará en una victoria parcial de Rusia que retendrá gran parte del territorio invadido y, por ende, una derrota ucraniana que deberá asimilar una reducción de su soberanía en sur y en el este del país.
Como sea, al presidente electo Trump lo guían tres ideas base: el rechazo a las “aventuras militares” exteriores, el desprecio por la defensa de valores y por el derecho internacional y el predominio de los intereses energéticos.
Colaboradores “diversos”
Muchos personajes se agolpan en torno al nuevo mandatario en materia de política exterior. Quizás, demasiados.
Está Mike Waltz, futuro eventual candidato a ocupar el cargo de consejero de seguridad, candidatura que no precisa el acuerdo del Senado. Waltz ofrece garantías para los aliados de los Estados Unidos. Representante por Florida mantiene fluido contacto con quién ocupa el cargo actualmente, Jack Sullivan.
Nada que ver con la posible futura jefa de la inteligencia nacional Tulsi Gabbard. Resistida en el Senado por su vinculación con el Kremlin y su defensa en el pasado reciente del régimen sirio del dictador Bashar Al-Assad.
Otro protagonista será el actual senador Marco Rubio. Considerado como un “halcón”, convertido en seguidor del movimiento Make America Great Again, dejó de lado sus ideas sobre el rol de motor del mundo para los Estados Unidos por un nítido rechazo a las intervenciones exteriores y al financiamiento para Ucrania.
Y, al costado de estos “diversos” tres, aparece la diplomacia paralela encarnada por el multi millonario Elon Musk, el patrón -entre otras cosas- de Tesla. Ya se reunió con el embajador de Irán ante las Naciones Unidas. Nadie sabe para qué. Ya se pronunció a favor de los partidos autoritarios en Francia, Italia y Alemania.
Medio Oriente
Trump no está de acuerdo con la actitud de Israel en la Banda de Gaza. Demasiados muertos. Debe cesar. En la entrevista de Times, dijo que “cree que Netanyahu -el primer ministro de Israel- sabe que quiero que acabe”. Siria, en cambio, no es su problema. Es de Turquía que, según él, “lo maneja con éxito”.
Su política para el Medio Oriente consistirá en acelerar los acuerdos de Abraham que posibilitaron la normalización de relaciones entre diversos países árabes e Israel. De momento, no toma en cuenta la exigencia de los sauditas para formar parte del acuerdo: la creación de un Estado palestino.
Queda la “amenaza” iraní. Presión al máximo. Es que los planetas se alinearon. Destrucción del Hamas en Gaza; serio debilitamiento del Hezbollah en el Líbano; destrucción de las capacidades militares en Siria; y hasta ataques estratégicos exitosos sobre el propio Irán.
El todo con la capacidad bélica del Estado de Israel con el apoyo norteamericano. Trump se reunió con Benjamín Netanyahu solo dos días después de la promesa de
este último al pueblo iraní. “En conjunto -se refería al pueblo iraní- alcanzaremos la libertad y será más pronto de lo que la gente cree”
Para Trump, la situación en Medio Oriente es ideal porque no hay muertos norteamericanos. Solo apoyo aéreo. Y… financiamiento. Lo contrario de Europa y de la OTAN que, según su parecer, gastan dinero americano en lugar de invertir en su propia seguridad.
No obstante, y más allá de los conflictos principales, se agolpan otros contenciosos donde no es imaginable una actitud pasiva norteamericana. Son los casos de Corea del Norte y de Taiwán.
¿Qué hará Trump, si China ataca Taiwán? ¿Se reunirá de nuevo con el dictador norcoreano Kim Jong-un, como hizo en el pasado sin resultado positivo? ¿ignorará los avances rusos en África? ¿Echará alguna mirada sobre Venezuela, Nicaragua y Cuba?
¿Qué ocurrirá con el Tratado de Libre Comercio con Canadá y México? ¿Prestará atención a la devoción del presidente argentino Javier Milei? Respuestas, después del 20 de enero.
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