Fue un bálsamo. Para quienes adhieren a la idea y a los principios de la democracia liberal, la elección presidencial uruguaya es una bocanada de aire fresco que indica que no todo está perdido.
Por el contrario, la accidentada elección presidencial rumana puso -y pone- de manifiesto el avance del “iliberalismo”, paso previo al autoritarismo, y la intervención de factores foráneos que restan transparencia y credibilidad al resultado, en particular, y al devenir político, en general.
Nadie lo conocía. O, al menos, casi nadie, pero Calin Georgescu, candidato de la extrema derecha, crítico de la OTAN, admirador de Vladimir Putin y favorable a una paz con capitulación ucraniana en el país vecino, invadido en parte por Rusia.
Sin duda que en la victoria -en primera vuelta- convergen factores diversos. No obstante, es en el juego de las redes sociales, nuevo factor central en la política, donde debe ser buscada la razón de ser de un triunfo electoral de un ignoto.
Y, detrás del resultado, el escándalo. Desde una Corte Constitucional que ordena un recuento de votos, pasando por la aparición de un misterioso BOPGR, apodado “Elon Musk rumano” y “Rey del TikTok”, un “influencer” que puso a disposición una fortuna para incidir en las redes sociales.
El todo condicionado por la declaración del Consejo Superior de la Defensa Nacional que denuncia que el candidato Georgescu fue “beneficiado” de una exposición masiva en la red Tik Tok sin ser catalogado como aquello que era: candidato a presidente.
La no calificación presidencial posibilitó a Georgescu no quedar sometido a las regulaciones que limitan los mensajes y las apariciones de quienes sí califican como tales.
Rusia no cuenta como origen de alguna red social con influencia planetaria, pero China, sí. Esa red es, precisamente, TikTok. mediante, Georgescu pasó de un cinco por ciento en las encuestas a un 23 por ciento en la elección.
Con todo, la presidencia no está ganada. Resta una segunda vuelta a disputarse el próximo 06 de diciembre, donde el candidato pro ruso deberá enfrentar a la pro europea y centrista Elena Lasconi, acreedora de un 19,2 por ciento de los votos emitidos.
Si bien la presidencia en Rumania cumple un rol protocolar, la importancia de la elección radica en la dirección estratégica del país. O permanece fiel a la Unión Europea y a la enorme mayoría de sus miembros. O suma a favor de los amigos de Rusia como son los gobernantes de Hungría, Viktor Orban, y de Eslovaquia, Robert Fico.
Decisión particularmente dramática si se tiene en cuenta la vecindad de Rumania con Ucrania. Por Rumania, pasa la mayor parte de los pertrechos militares que Occidente envía para combatir la agresión rusa. Por Rumania, transitan los cereales que Rumania exporta a distintas partes del mundo.
Tras el triunfo de Donald Trump en las presidenciales de los Estados Unidos con su -previa- bravata de concluir un día la guerra desatada por Rusia hace ya tres años, todo el mundo espera un cambio de situación.
¿Hacia dónde? Hacia ningún buen puerto para Ucrania. Si cumple su bravata -promesa- será a costa del reconocimiento de las anexiones forzosas rusas, algo imposible de aceptar por el presidente ucraniano VolodymyrZelenski.
Más factible es que Trump se desligue del asunto y lo haga recaer en los europeos con un doble argumento empleado de forma demagógica: que ningún estadunidense morirá por guerras “extranjeras” y que los europeos se hagan cargo -paguen- de su propia seguridad.
Colateral a la guerra desatada por la agresión del régimen de Vladimir Putin, la guerra en el Medio Oriente sufrió un vuelco con el acuerdo de tregua entre Israel y el Líbano que comprende requisitos que deberá cumplir el disminuido Hezbolla, el grupo político, paramilitar, que responde a la teocracia que gobierna Irán.
¿Cómo se interpreta? De muchas maneras. Como un intento de salvar la vida de los rehenes en poder de Hamas, el grupo terrorista dueño del poder en la destruida Franja de Gaza. Como un avance en la concentración de los esfuerzos militares israelíes sobre el objetivo bélico principal: Irán.
En fin, y como objetivo más probable, dada la precaria situación del primer ministro Benjamín Netanyahu en su frente interno, la eventual anexión de la Cisjordania reivindicada como territorio patrio por la Autoridad Palestina que encabeza el inoxidable Mahmud Abbas.
Es que “Bibi” Netanyahu debe contemporizar con los “supremacistas” israelíes que integran su gabinete quienes reivindican el gran Israel bíblico. Caso contrario, los supremacistas amenazan con abandonar el gobierno. Un verdadero problema para el jefe de gobierno con causas judiciales abiertas.
Y los supremacistas muestran ínfulas tras el triunfo del candidato Trump. Si al presidente Biden lo ven como un aliado “defensivo”, al triunfante Trump lo ven como un amigo ofensivo.
El combate entre el autoritarismo y la institucionalidad democrática adquirirá con certeza una relevancia aun mayor cuando asuma el electo presidente Trump dentro de cincuenta días. Nacionalismo, proteccionismo, supremacismo, serán vocablos de moda.
De allí que la victoria de Yamandú Orsi en la vecina Uruguay resulte un bálsamo. No tanto por el presidente electo en sí, sino por el apego de todo un pueblo a la institucionalidad y al estado de derecho.
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