El reloj de su pared se detuvo casi tan pronto como comenzó el día, sus manecillas se congelaron por la bomba rusa que cayó en el dormitorio que sirve de hogar a los ucranianos desplazados por la guerra.
Era la 1.45 de la madrugada en una habitación del piso superior de la ciudad oriental de Zaporiyia, el hogar de Natalia Panasenko desde hacía poco menos de un año, después de que la ciudad que ella considera su verdadero hogar quedara bajo la ocupación rusa. La explosión hizo estallar una puerta sobre ella, destrozó su heladera, su televisor y las flores que acababa de recibir por su 63 cumpleaños.
“La casa estaba llena de gente y flores. La gente me felicitaba... y luego no quedó nada. Todo estaba mezclado entre los escombros”, dijo. “Vengo de un lugar donde la guerra continúa todos los días. Acabamos de salir de allí y aquí parecía estar más tranquilo. Y la guerra nos alcanzó de nuevo”.
El 11 de noviembre fue un día típico de violencia y resistencia en Ucrania. Associated Press se desplegó por todo el país para registrar 24 horas de vida justo cuando el país se preparaba para conmemorar un hito sombrío ayer martes: 1.000 días desde la invasión a gran escala de Rusia el 24 de febrero de 2022.
El día comenzó con dos bombardeos rusos: uno que alcanzó el departamento de Panasenko y otro que mató a seis personas en Mykolaiv, entre ellas una mujer y sus tres hijos. Antes de que el día llegara a la mitad, un misil balístico ruso destrozó otro edificio de departamentos, esta vez en la ciudad de Krivoi Rog.
Los nadadores se atrevieron a enfrentarse a las aguas del Mar Negro frente a Odesa; los trabajadores del acero mantuvieron la economía en marcha; nació un bebé; los soldados murieron y fueron enterrados. Los más afortunados encontraron una forma de curación para sus miembros amputados y sus rostros rotos.
Alrededor de una quinta parte del territorio internacionalmente reconocido de Ucrania está actualmente bajo el control de Rusia.
Esas líneas geográficas invisibles cambian constantemente y cuanto más cerca se encuentra una persona de ellas, más peligrosa es la vida. En la tierra de nadie que se extiende entre las fuerzas rusas y ucranianas, prácticamente no hay vida. Se la llama la Zona Gris por una buena razón. Casas en cenizas, árboles carbonizados y fosos ennegrecidos dejados por los proyectiles que estallaron durante más de mil días de guerra se extienden hasta donde alcanza la vista.
Odesa, 6.50 Am
A finales de otoño (boreal), las aguas del mar Negro rondan los 13 grados centígrados. La costa está minada y la ciudad donde vive Dmytro es blanco habitual de drones y misiles.
Pero Dmytro, que insistió en ser identificado sólo por su primer nombre porque estaba preocupado por la seguridad de su familia, no se dejó intimidar mientras se sumergía en las olas con un puñado de amigos para su baño habitual.
Antes de la guerra, el grupo estaba formado por unas dos docenas de personas. Muchos huyeron del país. Los hombres fueron movilizados para luchar. Algunos regresaron con discapacidades que les impiden meterse en el agua. Su hijastro, de 33 años, está desaparecido en combate tras una batalla en la región de Donetsk.
Para Dmytro y sus compañeros nadadores, el ritual los conecta con la tierra y hace que la crudeza de la guerra sea más soportable. Dice que los riesgos de su pasatiempo valen la pena: “Si tienes miedo de los lobos, no vayas al bosque”.
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