Cuando a fines del año pasado Rusia empezó a concentrar tropas en su frontera con Ucrania, la idea de que el presidente Vladimir Putin se propusiera realmente invadir ese país no parecía tan verosímil como en este momento, cuando se están desarrollando febriles actividades diplomáticas para descartarla de plano.
La razón principal de Rusia para desatar este nivel de tensión es que asegura sentirse amenazada por la expansión de la OTAN hacia sus fronteras. Concretamente, exige “garantías jurídicas” que excluyan la posibilidad de que Ucrania, una antigua república soviética enfrentada a una rebelión prorrusa desde 2014, se adhiera a la Alianza Atlántica, acusando a los occidentales de traicionar su promesa del fin de la Guerra Fría de no ampliar la OTAN hacia el este.
El Kremlin también solicitó la retirada de la declaración de Bucarest de 2008 de la OTAN, que abría la puerta a una eventual adhesión de Ucrania -a quien consideran el “patio trasero” de Occidente- y Georgia.
Claramente Ucrania no es Crimea, territorio que Rusia anexionó en 2014: la extensión del país (603.500 km2), cuya capital es Kiev, es casi dos veces la superficie de la provincia de Buenos Aires (307.500 km2) y tiene unos 44 millones habitantes.
EL ANTECEDENTE DE CRIMEA
Una confrontación ruso-ucraniana podría representar un balance humano y financiero prohibitivo. No obstante, el Kremlin y su ejército son capaces de actuar muy rápidamente, como en el caso de la anexión del territorio de Crimea (27 mil km2) en 2014. En 2008, el ejército ruso también derrotó en cinco días al ejército georgiano que había querido recuperar la región separatista de Osetia del Sur.
La segunda razón de Putin para plantear esta pulseada es de orden psicológico, según analistas. El mandatario quiere terminar con el prejuicio de que Rusia perdió la Guerra Fría, y desde entonces está condenada a jugar un papel secundario en el escenario internacional, muy por detrás de EE UU, China y la Unión Europea. Obviamente, el exagente de la KGB apuesta a que Washington no va a responder y se quedará solo en la retórica amenazante.
La crisis comenzó en diciembre último, pero sus raíces se remontan a 2014, cuando las protestas populares derribaron al presidente Viktor Yanukovich, apoyado por Putin. Poco después, Rusia invadió la península de Crimea y apoyó a los separatistas prorrusos del este de Ucrania. Los acuerdos de 2015 sellaron el status quo en esos dos territorios arrebatados a Ucrania, pero la llegada de Volodimir Zelenski al poder en Kiev cambió la situación. EE UU y la OTAN empezaron entonces a acumular potencial militar en el país, disparando las alertas en el Kremlin, que decidió jugar fuerte.
EL TEMA DEL GAS
Pero además de los temas geopolíticos, está el asunto del gas que no es menos importante en este entramado. Ucrania, a través de su empresa de energía Naftogaz, presentó el mes pasado una queja a la Unión Europea contra la empresa energética rusa Gazprom por crear “un déficit artificial de gas” en Europa, lo que provocó un histórico aumento de los precios.
El precio del gas en Europa alcanzó niveles históricos las últimas semanas debido al fuerte consumo durante el invierno boreal y la latente tensión entre un proveedor clave, Rusia, y sus clientes en Europa.
Según expertos, Putin busca asegurar la rápida puesta en marcha del gasoducto Nord Stream 2, que conecta Rusia y Alemania por el mar Báltico. Este gasoducto permitirá duplicar el suministro de gas a la principal economía europea, quien afirma necesitarlo para la transición del carbón y la energía nuclear.
Pero los críticos dicen que aumentará la dependencia de Europa respecto a Rusia. Ucrania (por cuyo territorio no pasa el Nord Stream 2, privándolo de ingresos por tránsito) lo describe como un “arma geopolítica”.
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