María Elena González junto a su hijo Jeremías Fonseca.
María Elena González junto a su hijo Jeremías Fonseca.
CHACABUCO: HISTORIAS DE VIDA

La lucha de una madre que se enteró que su hijo tenía autismo a sus 17 años

Luego de consultar a diversos especialistas, María Elena González recibió el diagnóstico certero recién cuando Jeremías estaba terminando la secundaria. “La primera vez que lo vi sonreír, me puse a llorar de la emoción”, sostuvo. Conocé su historia.

María Elena González tiene 47 años y hace 10 descubrió, luego de múltiples consultas a diversos especialistas, que su hijo Jeremías Fonseca (27) tiene Trastorno del Espectro Autista (TEA). A partir de ese momento encontró las respuestas que durante 17 años buscó y nadie se las supo dar. “Vi señales de que algo no estaba funcionando correctamente cuando él era muy chiquito. A sus tres años empecé a ver que agachaba la mirada y no quería jugar con amiguitos. Siempre estaba aislado”, relató María Elena, quien es oriunda de la ciudad de Chacabuco, y agregó: “Hace 25 años atrás, aproximadamente, no se hablaba de autismo. Su pediatra me mandó a hablar con psicólogos y siempre me decían que tenía depresión infantil”. 

En ese sentido, contó que, a medida que fue creciendo, Jeremías tenía muchos berrinches y era capaz de estar tres horas llorando sin motivo alguno. Su pediatra nunca supo explicarle el motivo ni por qué lo hacía. En cuanto a la escolaridad, fue al jardín y a la escuela porque no tenía problemas con su rendimiento; solo que no sociabilizaba ni participaba en clase. “Sus primitos iban a la misma institución, eso facilitó las cosas. Pero Jere no tenía otros amigos. Las maestras me decían que era vergonzoso, pero yo sentía que había algo más”, sostuvo González, que pasó por muchos especialistas antes de que le diagnosticaran TEA a su hijo. 

Encontrar respuestas

Así, a los 9 años, la pediatra decidió mandarlo a una psiquiatra infantil y allí, al ver que no tenía problemas en las actividades escolares, quiere medicarlo, ya que para ella se trataba de una psicosis infantil. “Cuando tenemos que volver a la consulta para recibir la medicación, Jeremías no quiso viajar, se puso a llorar desesperadamente y quería interrumpir el tratamiento”, afirmó. 

Con 13 años y sin diagnóstico, Jeremías comenzó la escuela secundaria. A esa altura, ya hablaba muy poco. Solo se dirigía a algunas personas cuando necesitaba algo en particular. El segundo año lo repitió y allí fue la primera vez que planteó a su mamá no asistir más a ese colegio, quería ir a la misma escuela que iba su primo Gino. “Lo cambié de colegio. Hablé con las docentes y con la directora y arrancó perfectamente. Pero, al mes, al primo lo echaron y pensé que no iba a querer ir más. Pero decidió seguir porque estaba cómodo”, relató María Elena y agregó: “En ese momento el psiquiatra indicó que lo volviese a ver la psiquiatra infantil, porque lo que él observaba era que Jere tenía autismo. No era vergüenza, según me explicaba, eso se manifiesta de otra manera; él directamente no hacía contacto visual con nadie”. 

De esta manera, recién a los 17 años de su hijo, González pudo dar con un diagnóstico certero y una medicación adecuada para el grado de autismo que tenía. “Cuando pasaron 15 días de la medicación Jere empezó a sonreír. La primera vez que lo vi, me fui a la habitación a llorar de alegría, me emocioné”, recordó y expresó que “le habían encontrado una respuesta a toda esa búsqueda que había hecho durante tantos años”. 

Insertarse en la sociedad

Luego de egresar de la Escuela N° 45, Jeremías comenzó a asistir a Asociación para la Recuperación e Integración del Discapacitado (APRID) porque su mamá no quería que se la pasara todo el día viendo fútbol. Y fue un acierto porque Jeremías encontró en ese lugar un espacio de contención y desarrollo. Hoy está a cargo de manejar el dinero de las ventas casa por casa que realizan los chicos que asisten al Centro. “Después de años de lucha, me emociona verlo en el lugar que está y todo el avance que hizo. A veces algunas amigas lo cruzan y me cuentan que hablaron con él y yo lloro de alegría”, reconoció María Elena. En ese sentido, González agradeció a su familia y amistades por acompañarla en todos estos años. “Cuando Jere tenía 19 años decidí hablar con Soraya Zabaglio, referente del grupo TEA Chacabuco. Entonces me uní a ellos y me sentí muy acompañada”, relató y agregó: “Cuando volví, le conté a mi hijo y le dije 'no estamos solos, hay otros chicos que tienen lo mismo que vos'... Hasta me acuerdo su cara de relajación”. 

Por último, concluyó: “Espero que, en el futuro, Jere se encuentre con un mundo más empático, que no tengamos que hablar de inclusión y que pueda vivir su vida sin que el otro lo esté mirando como si fuese un bicho raro”.

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