Joe Biden
La pérdida de popularidad del presidente Joe Biden contrasta con los muy buenos resultados económicos que el país alcanzó en el 2021.
ANÁLISIS

Estados Unidos: un presidente con popularidad en descenso tras apenas un año de mandato

Sin dudas, dentro de la sociedad norteamericana nadie o casi nadie está dispuesto a morir por Ucrania. Probablemente en la rusa tampoco. Solo que ambas sociedades no cuentan con un peso específico similar: Estados Unidos es una democracia mientras que Rusia es un autoritarismo.
A la fecha, las principales preocupaciones del ciudadano común norteamericano son otras. Algunas por cuestiones irresueltas desde siempre como los conflictos raciales o la proliferación de armas de guerra. Otras de inmediata actualidad como la pandemia del Covid y las resistencias a las vacunas o la inflación.
La política exterior no figura como prioritaria. Sin embargo, el tumultuoso retiro de Afganistán, los misiles norcoreanos, los sobrevuelos chinos sobre Taiwán, los avances ruso y chino en el mundo y la crisis de Ucrania contribuyen a mellar la popularidad y la credibilidad del presidente Joe Biden, particularmente entre aquellos que se consideran patriotas.

¿Dónde está el presidente Biden?
Si del conflicto ucraniano surge con nitidez la figura del presidente ruso Vladimir Putin, la del presidente norteamericano Joe Biden, aparece como difusa, al punto que el propio Biden llegó a admitir la posibilidad que una invasión militar rusa fugaz y limitada no admitiría una respuesta contundente occidental.
Semejante afirmación quedó próxima de un “sincericidio”, a tal punto que la vocera de la presidencia debió salir a relativizarla para vaciarla de contenido, pero quedó flotando como muestra de las hesitaciones del presidente norteamericano que insiste ante quien quiera oírlo que no responderá por la fuerza ante la eventual invasión a Ucrania
Tampoco consigue Biden encabezar de forma clara y, menos aún única, la tarea de contención del expansionismo ruso. Si, por un lado, el novel canciller federal alemán Olaf Scholtz viajó a Washington para ofrecer seguridades sobre su rol en el conflicto, por el otro nada dijo sobre Nord Stream 2, el nuevo gasoducto aun no inaugurado para exportar gas ruso a Alemania.
Para agregar confusión, el protagonismo que siempre persigue el presidente francés Emmanuel Macron, engrandecido por su actual posición de presidente rotativo semestral de la Unión Europea, hace las delicias de un Putin que observa placentero como surgen desacuerdos en el bando contrario.
El presidente Macron fue a Moscú y vinculó la seguridad rusa con la seguridad europea, un punto por demás interesante a condición de haber sido consensuado con Estados Unidos. Nada indica que dicho consenso haya sido alcanzado o ni siquiera discutido. Por el contrario, todo indica que el presidente francés se cortó solo.
Del otro lado, desde el ala dura, tanto el secretario general de la OTAN, el ex primer ministro noruego Jens Stoltenberg, como el alicaído primer ministro británico, Boris Johnson, se posicionan como intransigentes frente a las exigencias rusas. Aunque es factible que, en este caso, ambos coordinen con el presidente Biden.
Como sea, el presidente ruso es el jefe indiscutido de un bando en tanto que el norteamericano pena por encolumnar al suyo. De ese estado de situación tomó debida nota el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski quién, con las tropas rusas a pocos kilómetros de la frontera, relativizó la amenaza y pregonó la desescalada.

No todo es Rusia
No son pocos quienes afirman que, con el actual presidente, las palabras sobrepasan en mucho a los hechos. O peor aún, mientras el gobierno norteamericano habla, los gobiernos rivales producen hechos.
Más allá del caso ruso, prueba más que evidente de los hechos consumados que las palabras no retrotraen, varios otros asuntos a primera vista no vinculables ponen de manifiesto una relativa debilidad norteamericana que los autoritarismos y dictaduras de turno se encargan muy bien de aprovechar.
Uno de esos casos es Irán, un régimen abierta y declaradamente enemigo de los Estados Unidos. El régimen teocrático de los ayatolas desarrolla, sin prisa, pero sin pausa, su capacidad de enriquecer uranio con el objetivo -siempre negado- de darle un uso militar.
El expresidente Donald Trump retiró a su país del trabajoso acuerdo alcanzado al respecto con el gobierno iraní y sancionó duramente en el campo económico al régimen teocrático. Las sanciones resultan eficaces para complicar la vida de los iraníes comunes, enfrentados a una alta inflación y a una pronunciada escasez, pero afectan poco y nada a la camarilla dirigente.
Ahora, con cuentagotas, Estados Unidos comienza a aminorar las sanciones en un intento de retomar el diálogo y recuperar el acuerdo nuclear del 2015, abandonado en 2018. El resultado será, casi con certeza, un nuevo congelamiento de la actividad de enriquecimiento por parte de Irán. Pero, sin marcha atrás.
Del lado de Corea del Norte, un proceso similar. Sanciones norteamericanas que afectan la economía norcoreana pero no detienen el avance en materia de producción de armas nucleares y de capacidades balísticas, como prueban los seis ensayos con misiles de distinto alcance llevados a cabo en 2022.
De su lado, China no solo intenta competir en materia de producción, sino que incorpora dicha competencia como un elemento más en la carrera por la supremacía mundial. El elemento central de la penetración china es la iniciativa denominada como Ruta de la Seda, basada en las inversiones reembolsables en distintos países del mundo.
Frente a todos estos desafíos, el gobierno del presidente Biden demostró al menos cierta indolencia a la hora de exhibir firmeza, aunque la negativa al pedido ruso sobre la OTAN, la alianza militar AUKUS -Australia, Reino Unido, Estados Unidos- y la coordinación con Japón y la India en el Pacífico parecen decir lo contrario.

No es la economía, estúpido
La pérdida de popularidad del presidente Biden contrasta con los muy buenos resultados económicos que el país alcanzó en el 2021. En primer término, el empleo. Durante el último trimestre de 2021, la creación de ocupaciones laborales alcanzó la impresionante cifra de 1,8 millones, pese al recrudecimiento de la pandemia del Covid a través de la variante Omicron.
Semejante resultado representa un descenso en la tasa de desocupación al cuatro por ciento de la población activa. En otras palabras, pleno empleo según los criterios de la Organización Internacional del Trabajo. La tendencia continuó durante el primer mes del 2022 con 476 mil nuevos puestos de trabajo.
La buena noticia es resultado de otra estrechamente vinculada: el crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI) estadounidense. Tras la caída del 3,3 por ciento en 2020, el PBI no solo logró su recuperación en 2021, sino que retomó la senda del crecimiento neto con un aumento del 5,7 por ciento.
Un crecimiento anual que se explica por un incremento del consumo por parte de los hogares del 7,9 por ciento, pero sobre todo por la demanda de bienes -con exclusión de servicios- que alcanzó un impresionante 12,1 por ciento.
El bemol ante tanta euforia radica en la inflación con guarismos inéditos en los últimos cuarenta años. Efectivamente, el crecimiento de los precios medido durante todo el 2021 representó un aumento del 7 por ciento anual. Un paño decididamente frío ante tanta euforia.
 Y un presagio, confirmado por el titular de la Reserva Federal Jerome Powell, de un inevitable incremento de las tasas de interés, actualmente casi en cero por ciento, para combatir la inflación. Según algunos expertos, la tasa de corto plazo ya debería ubicarse en el alrededor de un dos por ciento anual.
Si la inflación genera escepticismo entre los propios votantes del presidente Joe Biden, el balance de su primer año de gestión muestra dos carencias en materia de compromisos preelectorales asumidos por el mandatario.
Se trata del retorno al Estado providencial tan afecto a los demócratas y de la sanción de una ley nacional que proteja el acceso al voto de las minorías. En ambos casos, el presidente atribuyó el fracaso, no sin gran parte de razón, al bloqueo parlamentario por parte de los republicanos.
Si bien el Congreso aprobó el multimillonario plan de gasto público en materia de infraestructuras, bloquea la reforma social pregonada por el presidente que representa un aporte estatal de 1.750 millones de dólares.
Del lado de la ley que proteja el voto de las minorías, se trata de impedir los cambios en los mapas electorales que llevan a cabo algunos estados, particularmente gobernados por republicanos, donde la población no blanca es concentrada en una o muy pocas circunscripciones electorales para quitarle peso en materia de representación ciudadana.
Objetivamente, el balance del año de gobierno del presidente Biden no debería ser malo, aunque para muchos debió haber sido mejor. La última encuesta Gallup muestra una caída de la popularidad presidencial, en un año de gobierno, del 57 al 40 por ciento.
El propio Joe Biden, con una mezcla de realismo y optimismo, define su primer año de mandato con palabras significativas: “los mejores días están delante de nosotros, no atrás”.

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