Alexandr Lukachenko
Alexandr Lukachenko quiso acumular más poder, cometió un burdo fraude y ahora enfrenta turbulencias internas.
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Bielorrusia: El autócrata que asumió en secreto

Hasta el domingo 09 de agosto del 2020, todo marchaba bien para el autócrata bielorruso Alexandr Lukachenko, de 66 años. Ese día, votó temprano en Minsk, la ciudad capital de Bielorrusia, al igual que unos cuantos millones de conciudadanos. Todos o casi todos resignados ante un eventual nuevo triunfo electoral de quien gobierna el país desde 1994.
No fue así. Esa noche, una encuesta oficial atribuía 79,7 por ciento de votos para el presidente Lukachenko frente a un mísero 6,8 por ciento para la oposición unida tras la novel Svetlana Tijanovskaya, de 38 años. Fue la gota que abrió el paso a la catarata. Es que se trató del burdo fraude con ribetes de las épocas comunistas cuando los líderes hacían a la “unanimidad” de los pueblos.
¿Qué cambió? Sencillamente que la gente salió a la calle. No es improbable que, sin fraude, Lukachenko hubiese retenido el poder. O, mejor dicho, un trozo del poder como corresponde a las democracias liberales en la gran mayoría de los países desarrollados. Pero, el apetito de poder pudo más. Lukachenko quiso todo y ahora debe luchar con alma y vida para aferrarse, con debilidad manifiesta a una continuidad cuestionada.
El previsible hartazgo de los bielorrusos cobró forma paulatinamente a partir de junio último, cuando la policía del autócrata comenzó a detener opositores. Entre ellos varios probables candidatos presidenciales.
Desde el diplomático Valeri Tsepkalo (55 años), pasando por el banquero Viktor Barbaryko (56 años), hasta el bloguero Serguei Tijanovski (42 años), sin olvidar al ex candidato presidencial Mikola Statkevich (64 años), todos fueron perseguidos por el régimen sesenta días antes de las elecciones.
Claro que, con tanto opositor preso, la elección no conservaba siquiera una mínima fachada de justa y libre como califica la Unión Europea que, dicho sea de paso, por el pasado cuestionó las tres reelecciones anteriores del presidente Luckachenko y que ahora, junto con Estados Unidos y Canadá no reconocen la presente, ni a Aleksandr Lukachenko como presidente.
Frente a ello, la oposición se jugó. Primero, en la unidad. Segundo, en una candidatura común.

El autócrata bien amado
De origen humilde y apellido ucraniano, el presidente Lukachenko, nacido en la provincia de Vitebsk, posee una licenciatura en Historia y una graduación en la Academia Bielorrusa de Agricultura. Dos veces prestó servicio en el Ejército Rojo –Unión Soviética- mientras se afilió primero al Komsomol –la organización juvenil comunista- y después al Partido Comunista de la Unión Soviética.
Dirigió un koljós –granja estatal- y después una planta de materiales de construcción. En 1990 alcanzó una diputación en el Soviet Supremo de Bielorrusia y, un año, después fue el único diputado bielorruso en votar contra la conformación de la Comunidad de Estados Independientes que intentó reemplazar a la Unión Soviética.
Como diputado, presidió la Comisión Anticorrupción. Acusó, al respecto,  más de 60 dirigentes por enriquecimiento personal. Entre ellos, al presidente de la República de aquel entonces, Stanislav Shushkevich.
En 1994, se presentó a las elecciones presidenciales. Con una plataforma de neto corte populista y con la promesa de luchar y acabar con la corrupción. Una contradicción a la que, lamentablemente, sucumben, con excepciones, numerosos pueblos del mundo.
Lukachenko ganó. Sorpresivamente, a los 39 años de edad, quedó convertido en presidente de una república recientemente independizada del ex poder soviético.
El nuevo presidente se dedicó a acumular poder real. Poder real del que carecía por cuanto la vieja guardia del Partido Comunista retenía todo. La administración, la justicia, la diplomacia, la seguridad y las fuerzas armadas estaban en manos de la “nomenklatura” del viejo partido de Lenin y Stalin.
Para ganar ese poder real, el presidente opuso a la nomenklatura, la voluntad popular. Cuando lo intentaron derrocar mediante una moción de censura parlamentaria, en 1996, respondió con un referéndum sobre una reforma constitucional que ampliaba sus poderes. Ganó la consulta con un real 70,5 por ciento.
Allí, en ese punto, está una de las claves de la supervivencia del presidente Lukachenko. No son pocos los observadores que estiman que el presidente ganó claramente sus reelecciones sucesivas hasta la presente del 2020.

El equilibrista
Si en el plano interior la vigencia del presidente Lukachenko se debió a las mejorías en el nivel de vida de los bielorrusos a cambio de lo cual resignaron libertades y aceptaron fraudes, desde la mirada de política exterior fue su capacidad de equilibrio para ubicarse entre Rusia, la Unión Europea, Estados Unidos y hasta China.
Con Rusia se dan los lazos más fuertes. No se trata de una cercanía étnica –ambos pueblos son eslavos-, ni de un pasado común. Por el contrario, entre los bielorrusos contestatarios frente al presidente renace la vocación de independencia.
Luego del tratado de paz de Brest-Litvosk que puso fin a la participación rusa –tras la revolución leninista de octubre- en la Primera Guerra Mundial, Bielorrusia declaró, en 1919, su independencia que fue efímera por cierto. 
Solo duró diez meses hasta que sobrevino la invasión soviética del territorio. Desde entonces, existe un gobierno bielorruso en el exilio, la “Rada”, el más antiguo gobierno en el exilio del mundo, con sede en Toronto, Canadá. La “Rada” hizo público su apoyo manifiesto a las actuales movilizaciones contra el autócrata Lukachenko.
No. La razón central de la cercanía entre Bielorrusia y Rusia radica en la dependencia de los primeros de las materias primas de los segundos. En particular, de la energía. Rusia vende petróleo crudo a Bielorrusia a precios subsidiados. Bielorrusia lo refina y lo vende a Europa Occidental a precios de mercado.
La Unión de Bielorrusia y Rusia, la más específica, nunca quedó concluida. Alentada al principio por el presidente Lukachenko, pronto pasó a un juego de “frío, caliente”, “que sí, que no”, y derivó en un cuasi congelamiento cuando los sucesos separatistas pro rusos en Ucrania de 2014.

¿Y ahora?
La Bielorrusia actual se debate entre movilización y represión.
El “eterno” presidente no parece dispuesto a ceder nada. Todos los domingos desde el pasado 09 de agosto hasta la fecha, la oposición reúne decenas de miles de personas que reclaman la dimisión del autócrata en distintas ciudades del país.
La respuesta represiva es absolutamente desproporcionada y las detenciones de manifestantes pacíficos se multiplican. A diferencia de otras movilizaciones en el mundo donde grupos de activistas se dedican a romper y, a veces, hasta saquear e incendiar, en las movilizaciones bielorrusas la única violencia proviene del aparato de seguridad del Estado.
La protesta opositora es coordinada por un consejo de 6 integrantes entre los cuales figuran las tres mujeres citadas al principio y la Premio Nobel de Literatura 2015, Svetlana Aleksievich. De los seis, cinco debieron ir al exilio, o están presos. Queda libre, aunque citada a declarar por la policía, Aleksievich.
Para asegurar su “retaguardia”, el presidente Lukachenko volvió a acercarse a su colega ruso Vladimir Putin. Hasta lo fue a visitar a Moscú. La respuesta fue un lacónico compromiso de intervención si todo se “sale de cauce”. 
La sensación que quedó del encuentro es que el presidente Putin no permitirá un gobierno anti ruso, considerado como tal un gobierno que pretenda la adhesión de Bielorrusia a la Unión Europea y mucho menos a la alianza militar occidental de la OTAN. Y no más allá. Poco, muy poco, para el atribulado presidente Luckachenko.
Mientras tanto, los manifestantes colorean sus marchas con la bandera nacional. No la actual, roja y verde similar a la que ondeó durante la época soviética para identificar a Bielorrusia, aunque sin la simbología comunista de la hoz y el martillo. La bandera nacional de los manifestantes es la blanca con una franja horizontal roja al medio.
Es la vieja bandera de la República de Bielorrusia de 1919. La de la Rada en el exilio canadiense. La de los dos primeros años de independencia de la Unión Soviética. La de los manifestantes de hoy.
La de la libertad.

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