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El dólar pasó los 18 pesos y la moneda argentina fue la que más se devaluó en el mundo frente al billete estadounidense durante el mes de julio.
LA COLUMNA DE LA SEMANA

La dictadura y el aguantadero

Dos cambios de graves proporciones sufrió, y sufre, por estos días, la región mal llamada Latinoamérica.
Por un lado, en la Argentina, el Congreso Nacional de la Argentina quedó consagrado como un “aguantadero”, una “guarida” para los corruptos. Para los que se enriquecen a costa de toda la ciudadanía. Para los que no trepidan ante cualquier acción aunque incluya, no solo daños, sino muertos.
Por el otro, Venezuela, la República Bolivariana de Venezuela, dejó de ser una república para convertirse en un estado totalitario. En una dictadura donde solo vale la voluntad, los deseos y las decisiones del gobernante por encima de la Constitución y la ley.
Aunque de distintas dimensiones y apariencias, gravísimos hechos que hacen retroceder un continente donde, con excepción de la dinástica dictadura de la Cuba castrista, todas las sociedades eligieron vivir en democracia y bajo el imperio de la ley.
Hubo intentos, por el pasado, de socavar esa voluntad popular de inscribirse entre las democracias republicanas. Es más, los hay, más allá de lo que ocurre en estos momentos en Venezuela.
Pero o esos intentos no llegaron a buen fin o, los que subsisten, no se atreven a avanzar lo suficiente como para superar el estadio de autoritarismo e ingresar al de dictadura.
Fue el caso de Rafael Correa en Ecuador. Lo es aún el de Daniel Ortega en la paupérrima Nicaragua. Ambos no superaron el status de autoritarios. 
Sí, en cambio, lo hizo Alberto Fujimori quien cerró el Congreso peruano cuando no le fueron concedidos “poderes extraordinarios” y gobernó dictatorialmente un tiempo hasta que, presiones nacionales e internacionales mediante, debió convocar a una Asamblea Constituyente que sancionó una nueva Carta Magna a la medida.
Fujimori terminó mal para beneplácito de la sociedad y la política peruanas. También para orgullo de un país que no ampara corruptos, ni dictadores.
Recibió cuatro condenas. La más grave, a 25 años de cárcel por delitos de lesa humanidad. Otra de 6 años por un caso particular de violación de domicilio privado. Y dos condenas -7 y 8 años- por corrupción. La primera por pagos ilegales por 15 millones de dólares y la segunda por 122 millones de igual moneda que se apropió del presupuesto de las Fuerzas Armadas.
El cálculo final es que amasó una fortuna de 600 millones de dólares mientras fue presidente. Obviamente, no por ahorro de salario. 
Pero, en Perú, Fujimori no solo fue condenado y cumple su sentencia, sino que además le fueron incautados 160 millones de dólares. Obviamente, dinero mal habido. No hubo Senado, ni Cámara de Diputados que lo amparase.

Venezuela
No es mucho cuanto se puede agregar sobre la situación venezolana. 
Se trata de un gobierno corrupto, tan corrupto como el kirchnerismo, que busca perpetuarse en el poder pese al desastre que reina en el país.
La economía muestra una letal combinación de escasez e inflación que la pone al tope mundial del crecimiento del índice de precios con subas anuales que se acercan a los cuatro dígitos.
La sociedad rechaza, en sus dos terceras partes, la continuidad de Nicolás Maduro y el chavismo al frente del Estado. 
Ni siquiera los más de cien muertos por la represión detienen las marchas populares que reclaman un cambio de gobierno. 
La confianza internacional en el régimen es nula.
Solo las Fuerzas Armadas, prebendarias del poder político, y la Corte Suprema, ya no de mayoría automática, sino de totalidad automática, se mantienen firmes al lado de los autoritarios chavistas que hoy convierten al país en una dictadura.
Pero, además, se trata de una dictadura fascista. No solo por el concepto peyorativo que adquirió el término. Sino porque el llamado a elecciones para elegir constituyentes no se hace sobre la base de un padrón universal, sino de un padrón corporativo.
Es decir, los profesionales deberán elegir representantes profesionales; los militares, militares, y así sucesivamente con las distintas corporaciones. Fascismo, en estado puro. A más de 70 años de su muerte, el Duce Benito Mussolini ve coronada su obra en la lejana Venezuela. Algo que ni siquiera logró con el peronismo argentino.

Compañeros de ruta
Llama la atención, aunque ya no debería llamarla, que quienes se auto titulan progresistas, por ejemplo, en la Argentina, en Ecuador o en Nicaragua, o revolucionarios en Cuba, apoyen al gobierno no solo corrupto, sino además fascistizante de Venezuela.
Una vez más se cumple aquello de los extremos que se tocan. Fascistas venezolanos y comunistas cubanos de la mano y codo a codo para destrozar un orden republicano.
Compañeros de ruta de todos ellos, claro, los kirchneristas argentinos
Así y todo, no es nuevo. No fueron pocos los intelectuales franceses que defendían a rajatabla a Stalin y a su régimen asesino en la ex Unión Soviética.
Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, por ejemplo, hablaban maravillas del stalinismo que luego reprodujeron al hablar del castrismo cubano y antes del criminal maoísmo chino. Siempre vivieron en París, claro. En la París degaullista y republicana, bajo el dulce imperio de la ley. 
O mejor aún el de André Gide, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1947, quién en la década del 30 se auto proclamó comunista, hasta 1936 cuando viajó a la Unión Soviética.
Hombre honesto, Gide contó cuánto vio e intuyó con acierto, cuanto le mostraban, escondía una realidad opuesta. Sus críticas al comunismo las condensó en un opúsculo titulado Regreso de la URSS, publicado en 1936.
Automáticamente llovieron sobre él críticas acérrimas, publicadas por sus ex amigos comunistas y de izquierda, que defendían al asesino Stalin como el padre de Rusia y el patriarca del comunismo mundial.
Es que para las dictaduras, los totalitarios, los “progre” y los “nac and pop”, la verdad ofende. Más aún, si la dice y la reconoce un compañero de ruta reciente.

El aguantadero
Y como la verdad ofende, entonces hay que recurrir al relato. Épico, si es posible. Patriótico, en todo caso. Y cuan tergiversador resulte necesario.
Oír al diputado Julio De Vido en su discurso sobre su “ejemplar” actuación al frente del Ministerio de Planificación Federal durante los larguísimos doce años que duró el kirchnerismo, resultaba casi conmovedor.
Fue, según él, un ejemplo de sacrificio, de ecuanimidad, de decencia, de honestidad, de patriotismo, de buena administración, de servicio a la comunidad, de atención de todas las necesidades, de mejoramiento de la infraestructura, de legado para la posteridad, de abastecedor de combustibles, etcétera, etcétera, etcétera.
Tanto ditiritambo mereció la aprobación y el aplauso de sus cómplices kirchneristas y allegados, incluida la izquierda boba argentina, que no roba pero que es funcional a los ladrones.
La selectividad de la memoria de De Vido fue prodigiosa. Más aún, en rigor no seleccionó nada pero, eso sí, olvidó todo.
Olvidó la infraestructura en ruinas que legó su régimen kirchnerista, la tragedia de la Estación Once, el desfalco de los “sueños compartidos”, a José López, a Ricardo Jaime, a los sobre precios en la obra pública, a Skanska, a la embajada paralela en Venezuela, a las valijas de Antonini Wilson, la pérdida del autoabastecimiento petrolero y gasífero, la desinversión en electricidad, el escándalo del carbón.
De Vido no es un corrupto. Es, como su fallecido jefe y su jefa, el sinónimo de corrupción. 
Más allá de cualquier consideración de la justicia, a nadie escapa que, con cientos de millones de dólares, es posible circunvalar cualquier consideración penal. 
Su actitud, la de su bloque, la de la izquierda boba que argumenta una eventual persecución cuando el gobierno esté en manos de algún autoritario como si el autoritario necesitase de antecedentes legales para justificar su actitud, y la de algunos muchachos que no resisten un chantaje del “diputado”, liquidaron cualquier atisbo de confianza en la política argentina

El Gobierno
Pero, no estuvieron solos. La decisión del Gobierno de llevar hasta las últimas consecuencias el embate contra De Vido, no es inocente.
Hoy, gran parte de la sociedad considera que la política demostró, una vez más, su incapacidad de actuar, de resolver, de encarrilar, de separar la paja del trigo, de brindar confianza, de sanear.
El Gobierno no reparó en ello. Prefirió demostrar lo demostrable. Prefirió dejar en claro que un puñado de kirchneristas y alguno que otro aliado pueden entorpecer la expulsión del máximo corrupto. Algo que, de por sí, ya sabe toda la sociedad. La que apoya a los K y la que los rechaza.
Se trató de una frustración más. Una frustración más que no se justifica en el mero hecho de un gobierno que no cuenta con mayorías parlamentarias.
Fue un ejercicio inútil. Los K quedaron como estaban. Los no K, otro tanto. Nadie descubrió que los K o De Vido son corruptos. Nadie descubrió que a una buena parte de la población no le preocupa la corrupción.
Fue solo un episodio más de la crisis ética y moral que afecta a la sociedad. 
Solo que, ahora, si algún despistado imaginaba otra cosa, recibió la confirmación de un Congreso “aguantadero” y “guarida” que se apresta a recibir nuevamente a un Carlos Menem condenado en firme por contrabando de armas y voladura del arsenal de Río Tercero, a incorporar a una Cristina Kirchner, desesperada por escapar de la justicia, a un Scioli desenmascarado y que ampara a un De Vido, el hombre corrupto por antonomasia.
Porque, en la Argentina, el que las hace no las paga.

El dólar
La cotización de la divisa norteamericana culminó la semana con 18 pesos por unidad. Es más, el peso argentino fue la moneda que más se devaluó en el mundo, frente al dólar estadounidense, durante el mes de julio. Incluido el rechazable bolívar venezolano.
Hasta hace un mes, todo el mundo –argentino- hablaba del retraso cambiario. Ahora, todo el mundo está preocupado por la escalada de la divisa norteamericana.
¿En qué quedamos? El atraso es malo y superar el atraso también lo es. 
¿Qué queremos de la economía? Que sea eficiente o que banque a cualquiera con cualquier costo para producir.
¿Qué exporte o que importe? ¿Qué genere consumo o que irradie recesión?
La Argentina económica en mucho se asemeja a la gata Flora. Nada le viene bien. Nada le sirve. Nada le calza.
¿El Gobierno tiene culpa? Sí, la tiene. No porque las cosas vayan mal. Menos aún porque las cosas vayan bien. 
La tiene porque continúa con la cantinela de la relación gubernamental entre el éxito y el fracaso de la economía.
Recordemos, habló del segundo semestre del 2016. Habló del primer trimestre del 2017. Habló del segundo trimestre del 2017. Habló de los “brotes verdes”. Habló y habló de su rol en el manejo de la economía, cuando debió dejar que hablaran los agentes económicos y limitarse a reducir su desproporcionado –y heredado- déficit fiscal.
Ahora, es como tarde. Al punto que la economía creció un 3,3 por ciento durante el último trimestre y nadie valora dicho crecimiento.
Por el contrario, el kirchnerismo instala a hipotéticas hambrunas y a una agrandada desocupación como factores para el disturbio y el Gobierno, con ingenuidad glamorosa, contesta con un “aceptamos que la situación es difícil para algunos sectores”.
Siempre, ahora y después, será difícil para algunos sectores. Son aquellos que, nos guste o no, no pueden sobrevivir. 
Porque no pueden competir con los productos similares extranjeros. Porque no invierten en nuevas tecnologías. Porque quedan, como en el caso del carbón, sobrepasados por la modernidad que exige respeto del medio ambiente.
La verdad nunca es buena o mala. Lo que no tiene es remedio. 
Textiles, calzados y juguetes, salvo honrosas excepciones, están condenados. Más aún si para mantener subsidios, el Estado –nacional, provincial o municipal- no reduce la insoportable presión impositiva.
El espectáculo de medio Cuyo cruzando la frontera con Chile cada vez que se verifica un feriado largo, no es casualidad. Es demostrativo de lo antedicho.
El Gobierno debe dar un paso, de una vez por todas, hacia la liberalidad en materia económica. Los eficientes deben sobrevivir y los ineficientes deben quedar en el camino.
La Argentina requiere de una reconversión. Del mercado para los privados y, sobre todo, del Estado para la totalidad de la sociedad. 
Caso contrario, la integración al mundo que el presidente Macri pregona en cuanto se le da la ocasión, será un slogan vacío. Un engaña pichanga de esos que los argentinos compramos hace ya más de setenta años.
Sí, claro, la edad del peronismo.

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El interés por el personaje