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La inflación continúa golpeando el bolsillo de los sectores más vulnerables de la sociedad, mientras la producción no crece y el enorme gasto público no baja.
LA COLUMNA DE LA SEMANA

Los retornos al pasado

La segunda vuelta presidencial en Francia que se lleva a cabo hoy conforma un nuevo capítulo de la disputa mundial entre república y populismo que divide las aguas del planeta.
Ya no se trata más de categorías tales como derecha e izquierda entre las que intentaba abrir paso un centro que lidiaba con lo socializante de la izquierda y lo capitalista de la derecha.
Francia es una muestra evidente con la candidata Marine Le Pen como abanderada de un nacionalismo, más que menos xenófobo, antieuropeo –es decir anti multilateral- y proteccionista, frente a un Emmanuel Macron que representa todo lo contrario, es decir, la República liberal abierta al mundo.
Estas dos categorías se enfrentaron en los Estados Unidos donde ganó el nacionalismo encarnado por Donald Trump; en Gran Bretaña, donde ganó el Brexit –la salida del Reino Unido de Europa-; en Holanda, donde ganó el liberal Mark Rutte frente al nacionalista Gerd Wilders y ahora en Francia.
Pero es una disputa internacional que muestra su correlato en América de habla hispana, aunque por estos lares, incluye ribetes del pasado como una pseudo izquierda que declama consignas populistas y que incorpora –o reactualiza- la corrupción como una consecuencia natural derivada de un mero triunfo electoral.
Por supuesto que, hoy por hoy, el ejemplo más acabado de semejante mezcla de populismo autoritario y corrupción es la Venezuela chavista, donde el poder resiste sobre la base de violar la institucionalidad, apoyado en las “bayonetas” de un Ejército, a la vez, corrupto.
Pero, en la Argentina, si bien vivimos un período de retorno a la República, el populismo autoritario y corrupto lejos está de aparecer como vencido y convertido en una rémora del pasado.

El dos por uno
La Corte Suprema de Justicia de la Nación retornó el país al pasado cuando decidió por simple mayoría (3 votos contra 2) acordar el beneficio denominado 2 por 1 para un condenado por delitos de lesa humanidad.
La mayoría de la Corte sostuvo un principio básico del derecho penal: se debe aplicar la ley más benigna a favor del condenado. De allí la contabilidad de dos días cumplidos de sentencia por cada uno de los días con que fue privado de libertad antes del dictado del fallo luego de cumplidos dos años de prisión preventiva.
La minoría, por el contrario, insistió con un concepto de la continuidad de la valoración de un delito. Así, los delitos de lesa humanidad no redujeron su categoría de crímenes aberrantes y, por ende, no corresponde la aplicación de la ley más benigna.
Para el observador lego, la biblioteca está –casi como siempre- dividida. Si ese observador es lego y republicano, dirá que los fallos de la Corte están para ser acatados. Son cosa juzgada y no se discuten.
Pero, en un estado de derecho, un valor distintivo es la libertad de opinión. Por tanto, el fallo de la Corte Suprema debe ser acatado pero no deja de ser absolutamente criticable.
Están quienes critican dicho fallo porque reclaman el máximo cumplimiento de pena para quienes cometieron dichos delitos de lesa humanidad. Están quienes critican la sentencia porque traerá aparejada una eventual ola de reclamos entre quienes revistan en la misma situación del condenado ahora beneficiado.
Ambos argumentos son, a nuestro juicio, válidos. Pero conviene detenerse en analizar uno más.
Y es el del eterno retorno al pasado al que parecemos estar condenados los argentinos. 
Que los jueces fallen según un criterio de apego a la ley, siempre es encomiable. Más aún cuando por el Poder Judicial pululan magistrados que adhieren a la agrupación Justicia Legítima que no es otra cosa que una confabulación para garantizar impunidad.
No obstante, reabrir una discusión sobre los años de plomo –acontecidos hace ya cuatro décadas- no parece perspicaz. 
Más aún cuando todo ya fue vivido en razón de los intentos de apropiación partidaria sobre los derechos humanos que ocurrieron tras aquel juicio ejemplar a las juntas de comandantes militares llevado adelante por decisión del presidente Raúl Alfonsín.
Es que como se recordará, bajo una falaz excusa de la reconciliación nacional, el ex presidente y hoy senador Carlos Menem indultó a los ex comandantes condenados, junto a los jefes montoneros Mario Firmenich, Roberto Perdía y Fernando Vaca Narvaja, todos ellos condenados en debido proceso.
Aquella “manipulación” de Menem no trajo aparejadas quejas, críticas o resistencias por parte de quienes luego lo tildarían como “el mejor presidente de la Argentina” para luego convertirlo en un demonio. Referencia clara a los Kirchner.
Luego sobrevino otra “manipulación”. La de los derechos humanos llevada a cabo por los Kirchner. Fue un corolario más de la aplicación de la lógica binaria que generó la insalvable brecha que hoy enfrenta la Argentina.
Fueron “los buenos” y “los malos”. Entre los buenos, estaban quienes aprobaban todo cuanto surgía del kirchnerismo. Entre los malos, quienes pensábamos diferente.
A los “buenos” se sumaron buena parte de los organismos de derechos humanos. Entre ellos Madres de Plaza de Mayo y Abuelas. Dos asociaciones prestigiosas, respetables y encomiables que cayeron en los manejos turbios de los recursos del Estado, por la vía de Fundaciones y pseudo universidades. O del reparto de puestos públicos.
Así, los derechos humanos pasaron a ser kirchneristas. Así, también, fueron derogadas las leyes de punto final y de obediencia debida, que permitieron encarcelar a varios gestores y ejecutores del terrorismo de Estado, mientras del otro lado los crímenes no resultaban juzgados, ni los indultos anulados, y algunos percibían jugosas indemnizaciones del Tesoro público, casi con prescindencia de si reunían o no los requisitos necesarios.
Menemismo y kirchnerismo fueron dos etapas, si bien distintas, de retorno al pasado. El fallo de la actual Corte reinicia ese círculo vicioso.
El Gobierno, de su lado, salió a criticar duramente la ley del dos por uno, que fue derogada, pero que es aplicable por aquello de la ley más benigna si rigió en algún momento del proceso.
Está bien. En un Estado de Derecho se cuidó de criticar el fallo de la Corte. Guste o no, debe ser así.
En todo caso, cuánto no queda demasiado claro, es la participación de la Iglesia argentina, hoy tan marcada por el papa Francisco. 
Es que solo unos días antes –no deja de ser posible la casualidad-, el Episcopado argentino, reunido en Pilar, emitió una declaración sobre la necesidad de la reconciliación frente a los hechos de la década del 70. Nuevamente, un retroceso de cuatro décadas.
La respuesta no se hizo esperar. “Ni olvido, ni perdón, ni reconciliación. Mil años de prisión” rezaba el pasa calle que las Madres de Plaza de Mayo colgaron de las rejas del edificio del Episcopado.
La Iglesia salió a aclarar que la reconciliación no eludía la justicia, ni buscaba la liberación de los condenados. Por el contrario, habló de la necesidad de verdad y justicia, para que tal reconciliación llegue.
Las mismas palabras que fueron empleadas por Raúl Alfonsín. Solo que cuarenta años antes y cuando la endeble democracia recién renacía.
Sería bueno, muy bueno, que entre todos dejen de tironear a los argentinos para que puedan dedicarse –como de hecho muchos lo hacen, no todos- a intentar vivir mejor a partir del trabajo y la capacitación. Sin por ello perder la memoria, pero sin utilizarla en beneficio propio.

Economía
Por estos días, el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, salió nuevamente a “vender” ilusiones sobre una recuperación de la economía argentina. Habló de un “pequeño bosque de brotes verdes”.
Lo cierto es que los datos, al menos de momento, no resultan alentadores. La inflación no cede. La producción –con excepción de la agropecuaria- no crece. El gasto público no baja. Aunque el empleo se mantiene casi estable y los salarios en blanco no pierden poder adquisitivo. 
Sin embargo, estos problemas parecen fuera de agenda salvo cuando son utilizados para la chicana política o para la crítica instantánea sin reconocimiento alguno por el arrastre de décadas de decadencia.
Para algunos observadores, el Gobierno puede dar vuelta la situación a partir de un triunfo electoral que deje en claro que la opción liberal-capitalista es la elegida por la ciudadanía.
Si ello es así, es decir si el Gobierno verdaderamente espera un empuje ciudadano, debería, al menos, intentar ser más explícito, en lugar de sembrar ilusiones como hace Dujovne.
Es que, antes que nada, hacen falta decisiones políticas que determinen un rumbo. Algo que hasta aquí, fuera de algunas declaraciones de circunstancia, no están nada claras.
¿Es la inflación un enemigo a vencer? Sí lo es ¿Qué hacemos con un gasto público tan improductivo alto y que obliga a una voracidad fiscal sin precedentes para atenderlo?
Sin dudas, es el problema de fondo. Solucionado, es posible imaginar una corriente inversionista de propios y foráneos. 
¿Es llevarlo a cabo una mera decisión del Gobierno? Tal vez debería serlo pero, como están las cosas, todo depende de un voto de confianza del electorado.
El intríngulis es: si ese voto se produce ¿El Gobierno lo interpretará como un reclamo de la ciudadanía o como un aval para lo poco hasta aquí realizado? 
No es por tanto una cuestión económica, sino política.

Elecciones
Sí, es política. Más aún cuando el Gobierno habla poco de política y mucho de marketing, de nombres, y de redes de comunicación.
Todo queda entonces reducido a un voto por descarte. Por la negativa. Voto al gobierno porque no quiero que vuelvan los corruptos e intolerantes. O voto a los K porque no me banco al “gato” Macri.
Hoy por hoy, todo es una danza de nombres. Si Cristina Kirchner va o no a ser candidato. Si lo será en la provincia de Buenos Aires o en la de Santa Cruz.
Si Elisa Carrió competirá finalmente en la ciudad de Buenos Aires o si lo hará en la provincia en caso de una candidatura de Cristina Kirchner.
Si Martín Lousteau finalmente dirimirá votos frente a una Carrió encargada de “salvar las papas” de un Horacio Rodríguez Larreta que hace obra pública donde es necesario y donde no lo es también para desesperación de quienes habitan o trabajan en un Buenos Aires, sacudido  por piquetes y marchas –aunque, en disminución- a las que nadie reprime.
Si Mauricio Macri y, sobre todo, María Eugenia Vidal participarán activamente en una campaña que no los tiene por candidatos.
Si Sergio Massa será finalmente candidato o si depositará la responsabilidad en su socia Margarita Stolbizer quien se relame con la idea de una Cristina Kirchner como rival en la provincia de Buenos Aires, con una Elisa Carrió compitiendo en la ciudad de Buenos Aires.
En el medio, con un peronismo que no sabe si apoyar a Cristina Kirchner, si competirle con Florencio Randazzo, si resignarse a votar por el derrotado Daniel Scioli o si… vaya a saber uno qué
Todas especulaciones que poco y nada tienen que ver con una propuesta positiva para el votante.
Sin embargo, existe una línea divisoria que es clara y hasta diáfana. Por un lado, la República, enfrente el populismo.
En semejante opción, en principio, queda escaso margen para una “ancha avenida del medio” como la que proclaman Sergio Massa y Margarita Stolbizer.
Es que ¿Cuál es la avenida del medio –ancha o angosta- cuando la opción es así de clara? 
El dilema de Massa es el dilema del peronismo todo. Al menos del peronismo todo, cuando no gobierna.
Ese dilema no es otro que su integración a la República o su persistencia como la opción populista con su inevitable agregado de autoritarismo, relato, pensamiento único, gasto público y distribución de un ingreso que no existe.
Mientras la democracia argentina no resuelva esta dicotomía, el país difícilmente estará en condiciones de crecer, mejorar la calidad de vida y reducir la pobreza.
Persistirá en una decadencia que lleva décadas y que ya no se exime siquiera en la comparación con otros países de la región.
Quedará en manos de la ciudadanía decidir un camino… y del gobierno y la oposición en interpretar correctamente el resultado final, para cerrar un pasado que no se resigna a ser tal.

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El interés por el personaje