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Mauricio Macri se reunió con Donald Trump en la búsqueda de atraer inversiones, pero su visita resultó intrascendente para la prensa norteamericana.
LA COLUMNA DE LA SEMANA

¿Y la política exterior?

¿La gira del presidente Mauricio Macri por los Estados Unidos fue o no un éxito? 
Por lo general, ante una salida al exterior presidencial, los objetivos no se logran de inmediato, sino que se intenta buscar un acercamiento que los posibilite en el corto plazo.
Cierto es que, en numerosas ocasiones, los acuerdos sobre algo concreto ya fueron negociados de antemano. Pero, en este caso, no fue así.
Si en el caso de los limones tucumanos, la solución al problema de la restricción de la importación puede aguardarse para un futuro más o menos inmediato, el tema de las ventas de biodiesel no parece haber sido demasiado tenido en cuenta.
Limones y biodiesel comparten el rol de problemas concretos –y no menores, por cierto- pero lejos están de constituir el eje de la relación bilateral entre la Argentina y los Estados Unidos.
El presidente Macri entiende sus desplazamientos al exterior como la siembra de una confianza que, más temprano que tarde, deberá fructificar en inversiones extranjeras en el territorio nacional.
Así, anduvo por España, Holanda y Estados Unidos. Así, se apresta a visitar China y Japón.
En todos los casos, es escuchado, es bien atendido, es objeto de aliento, es comprendido como el retorno de la Argentina a la comunidad internacional, luego de 12 años de aislamiento.
¿Sirve? Va a servir. Habrá que hacer algunos deberes, pero va a servir si efectivamente se los hace.
¿Cuáles deberes? Por un lado, el que les toca a los ciudadanos. En las próximas elecciones, deben decidir –soberanamente- si prefieren aquel aislamiento que nos llevó a la situación en la que estábamos y aún estamos. O si deciden integrarse al mundo que no es garantía de éxito, pero es condición “sine qua non”.
No se trata de servilismo, ni de cipayismo, ni ninguna de las tonteras que inventan los pseudo revolucionarios pacotilleros del nacionalismo vernáculo. Se trata de presentarse al mundo y a nosotros mismos como un país serio y previsible o lo contrario.
Pero también el Gobierno debe hacer deberes. No puede mantener un altísimo gasto público, en gran medida improductivo, que altera los equilibrios de precios y que genera una voracidad fiscal que aleja inversores, foráneos y nativos.
Tampoco puede mirar para el costado frente a los intentos de copamiento de la vía pública y la consiguiente paralización o retraso de la actividad.
Las buenas intenciones están. Ahora hace falta mostrar pruebas. De la ciudadanía y del Gobierno. De momento, todas son palmadas en la espalda. Tras las elecciones de octubre –no antes- será el tiempo de concretar.
Pero las giras del Presidente, incluyen además un capítulo político, de relaciones internacionales que van más allá del “imán” para atraer capitales. Y allí es mucho cuanto se debe trabajar. Mucho más de cuanto se trabaja.

La región
Desde hace algo más de tres décadas, la política exterior argentina brinda una mirada especial hacia el entorno latinoamericano, en particular, a la zona sudamericana.
Sin embargo es poco, bastante poco, cuanto se avanzó desde aquella piedra fundacional de los presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney, de Argentina y Brasil, respectivamente.
Organismos es lo que sobra. En otras palabras, burocracia es lo que sobra. Unasur y Mercosur solo son dos nombres más entre las tantas asociaciones que se escalonaron a lo largo de la historia sudamericana.
Un proceso de integración trunco en un subcontinente incapaz de resolver sus propios desafíos.
Con excepción de la Alianza del Pacífico que integran Chile, Colombia, México y Perú, el resto de los organismos no funciona.
Las dificultades de integración latinoamericana no deben buscarse solo en las relaciones multilaterales. La puja entre el nacionalismo proteccionista y el liberalismo globalizador genera tensiones internas dentro de cada uno de los países.
Derrotado el kirchnerismo en las urnas, el caso Venezuela acapara todas las miradas, bajo el marco de un proceso de desintegración y violencia cotidiana que no parece alcanzar solución.
El presidente Macri aparece como el principal –no el único- acusador frente al desastre chavista y frente a los intentos de golpe de Estado desde el propio gobierno que intentó disolver el Congreso, donde la oposición cuenta con mayoría.
El gobierno argentino marca al venezolano en todos los fueros. Lo denuncia ante la Organización de Estados Americanos, ante la Unasur y ante el Mercosur. La enemistad es total, estado de situación que difícilmente cambie si no se producen cambios internos en ninguno de los dos países.
Con Brasil no se vislumbran problemas particulares a excepción de la crisis política que amenaza al vecino de habla portuguesa. Con un aditamento, las vinculaciones –aún no dilucidadas- de las relaciones corruptas entre el gobierno kirchnerista y la constructora Odebrecht.
Este estado de cosas lleva a desactivar un Mercosur en crisis, donde la membresía de Venezuela fue suspendida como producto de la conducta autoritaria del gobierno de Nicolás Maduro.
La administración Macri opta entonces por la esperanzadora Alianza del Pacífico, de la que la Argentina es país observador desde el 2016 y sobre la que manifiesta su deseo de unirse.

Estados Unidos
Para el presidente Donald Trump resulta positivo que el presidente Macri tome distancia de la administración desastrosa del venezolano Maduro. Pero no aparece Trump como demasiado preocupado por la región, a excepción de la cuestión migratoria que en prácticamente nada afecta a la Argentina.
Junto a la cuestión migratoria, particularmente sensible en México, Centroamérica y el Caribe, se alza como tema de importancia la deslocalización de empresas norteamericanas que aprovechan la mano de obra barata del río Grande hacia el sur y que reexportan a Estados Unidos, muchas veces con preferencias arancelarias.
La importancia que el novel y volátil presidente norteamericano atribuye a estas cuestiones no necesariamente representa un beneficio para la Argentina actual, no incluida dentro de dichas cuestiones. Solo le asigna un carácter neutro. 
De allí que la visita del Presidente argentino no ocupó prácticamente ningún espacio en la prensa norteamericana. Desinterés periodístico que refleja la decadencia de un país con años de aislamiento.
No obstante, el reflejo mediático no fue correspondido por el interés empresarial. Al presidente Macri le fue bien en términos de expectativas empresariales. En particular, entre los petroleros tejanos, interesados en la reserva de Vaca Muerta. De allí, la etapa de Houston, Texas, a la que Macri asignó especial importancia.
Con todo, y más allá de las relaciones personales, lo cierto es que, casi como una constante histórica, los Estados Unidos y la Argentina –salvando todas las distancias- se inscriben, una vez más, en corrientes diferentes dentro del pensamiento actual.
No llegó a un año de vida la coexistencia entre los modelos similares de Macri y el ex presidente Barak Obama. Durante sus ocho años de presidencia, Obama coincidió con la década aislacionista del kirchnerismo. Y durante su cuatrienio, Macri deberá convivir con el proteccionista Trump.

Europa y Asia
De allí, la necesidad de acercarse, en el tablero internacional a quienes piensan parecido. Es decir a quienes ven en la globalización una oportunidad y no un perjuicio.
Por eso, los viajes previos a España y Holanda. En España gobierna el conservador Mariano Rajoy, luego de haber derrotado a los populistas de Podemos, similares al kirchnerismo vernáculo. 
En Holanda, además de la reina Máxima, de familia argentina, el liberal Mark Rutte –actual primer ministro- logró vencer, contra todos los pronósticos, al populista nacionalista Gert Wilders.
De allí que para las relaciones exteriores argentinas, cualquier paso en Europa debe tener en cuenta la realidad política que atraviesa el Viejo Continente fragmentado entre quienes pretenden, con un lenguaje de derecha o de izquierda, indistintamente, retrotraer el mundo a la etapa de los nacionalismos xenófobos con su correspondencia económica, el proteccionismo.
No se trata de ideologizar el comercio exterior o las eventuales inversiones. Sí, en cambio, de ofrecer previsibilidad. 
Se puede y se debe hablar y comerciar con China. Pero no se puede perder de vista que China es un país gobernado dictatorialmente, con menosprecio por los derechos humanos y por las minorías –tibetanos, uigures- en territorios ocupados por la fuerza.
Por ende, no es tan sencillo de explicar el próximo viaje del presidente Macri a China. No alcanza con la retórica de la atracción de inversiones.
¿Qué le va a explicar Macri a los chinos? ¿Qué el país cambió? ¿Qué se dejó de lado el populismo? ¿Qué ahora las instituciones son respetadas?  ¿Qué fue abandonado el pensamiento único? ¿Qué se abrió el paso al pluralismo?
¿Cuánto vale todo esto en China? Nada. Para el gobierno chino, absolutamente nada. Todo lo contrario 
Alguien dirá “pero el viaje a China es solo para hablar de inversiones y de comercio exterior”. Y si solo es para eso ¿Hace falta mover a un presidente de la República? ¿No alcanza con los funcionarios del área?
Tal vez, nuevamente, la falta de experiencia pase recibo al Gobierno. Un presidente que viaja es bastante más que un agente comercial o financiero. Un presidente que viaja es alguien que tiene cosas para decir al mundo, con independencia de la importancia relativa del país que representa.
Macri pasará por China sin hablar de la persecución a los independentistas de Hong Kong, de la represión en Tibet y en el Sinkiang, del expansionismo chino en el Mar Amarillo, de Corea del Norte.
Probablemente arranque un párrafo sobre Malvinas, algo que a la diplomacia argentina ni se le ocurrió mencionar en los Estados Unidos.
Del resto del mundo, la diplomacia argentina no se ocupa.

Antes y ahora
Claro que las diferencias con la etapa anterior no solo son notorias sino que muestran un carácter “sanitario” que antes no poseían.
Nadie debe olvidar aquellos viajes de Cristina Kirchner con Guillermo Moreno por Angola y por Vietnam. Viajes que no representaron nada en aquel momento, ni nada para adelante. Viajes que solo quedan en la memoria por los papelones que representaron.
Por aquel entonces, la Argentina buscaba países “antiimperialistas” para orientar un comercio exterior que solo representó un puñado de miles de dólares.
La Argentina, al igual que ahora, vendía a China, pero se codeaba con Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Cuba y Bolivia, en la región.
Con Angola, Vietnam y Rusia en el resto del mundo. Y sobre todo, con Irán y con su gobierno de la llamada Revolución Islámica.
Nadie en la Argentina ignora los atentados contra la Embajada de Israel y contra la AMIA, la mutual judía, durante la etapa menemista. 
Fue un ataque contra el país todo. Por obra del terrorismo internacional, murieron ciudadanos argentinos absolutamente inocentes de cualquier enfrentamiento en el Medio Oriente.
El kirchnerismo decidió tapar la cuestión. Por oficios del fallecido presidente de Venezuela, el autoritario Hugo Chávez, Cristina Kirchner prefirió encubrir a los presuntos responsables iraníes mediante un vergonzoso memorándum de entendimiento.
El asunto significó además la muerte, en circunstancias no solo dudosas sino aún no elucidadas del fiscal Alberto Nissman, cuando se aprestaba a acusar a Cristina Kirchner y Héctor Timmerman, su ministro de Relaciones Exteriores, por encubrimiento y traición a la patria.
El atentado a la AMIA debería servir para comprender, por parte de la opinión pública y del gobierno, que en el mundo globalizado, el país no está exento de sufrir las consecuencias de conflictos que ocurren en latitudes muy alejadas.
Pasa en Europa, en los Estados Unidos y en los países árabes. El terrorismo internacional bajo la fórmula de fundamentalismo religioso llegó para quedarse. Al menos durante los próximos años.
El Gobierno argentino debería prestar mayor atención sobre la materia.
Como debería prestar más atención a la necesidad de una mayor eficiencia en la lucha contra el narcotráfico internacional –más allá de sus consecuencias locales- que utiliza rutas, ríos y aeropuertos para sus embarques a Europa y Estados Unidos, vía el África sahariana.
En síntesis, no está mal que el Gobierno ofrezca previsibilidad para atraer inversiones y para ampliar el comercio exterior. Solo que limitar la relación con el mundo a ese solo objetivo es consecuencia de una mirada amateur sobre el tema.
Es hora que la defensa, la inteligencia y la diplomacia unan esfuerzos bajo las directivas presidenciales.
Por ahora, no parece ser así.

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