Qué hacer con Corea del Norte y su belicista gobierno stalinista? Es el interrogante que se plantean sus enemigos, según la calificación del propio gobierno norcoreano. Es decir, Corea del Sur, Estados Unidos y Japón. Pero, también se lo plantean sus relativamente amigos: China y Rusia.
Es que nadie sabe qué hacer con un régimen que desafía la paz, que usa el chantaje para obtener sus fines, que es una férrea dictadura -la más cerrada del mundo-, que viola los derechos humanos y, sobre todo, que día a día avanza en su capacidad de armamento nuclear.
Corea del Norte constituye hoy una paradoja. Por un lado, nadie toma en serio sus amenazas porque la capacidad militar de llevarlas a cabo dista bastante de la realidad armamentística del país. Por el otro, su limitado desarrollo nuclear y su no tan limitado desarrollo balístico -misiles y cohetes- siembran justificadas dudas ante cualquier eventualidad de “accidente” o “error” militar.
Pero, esas mayores dudas se centran en la temeridad -imposible de calcular- de la dirigencia norcoreana. Nadie puede afirmar a ciencia cierta que los últimos desafíos lanzados desde el régimen de Pyongyang -la capital norcoreana- solo constituyen un capítulo más del ya abultado libro de fanfarronadas que acredita el régimen dictatorial. ¿Y si son algo más?
La cuestión norcoreana provocará, por otra parte, un cambio en la geopolítica mundial. Es que la doctrina de la disuasión pierde sus últimos resabios de validez. Apta en un mundo bipolar -Estados Unidos y la Unión Soviética- deja de ser apta con la proliferación y el acceso a la tecnología militar nuclear por parte de regímenes totalitarios y belicistas. Si con el eventual ingreso de Irán al club nuclear, las potencias toman recaudo, no ocurre lo mismo con Corea del Norte que ya posee la tecnología.
No es aventurado decir que el mundo no enfrenta por el momento una amenaza seria de guerra nuclear. Pero resultaría temerario afirmar que dicho peligro está descartado.
Un poco de historia
Con la derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial en l945, la península coreana quedó dividida en dos zonas con el paralelo 38 como límite. La Norte ocupada por la Unión Soviética y la Sur, por los Estados Unidos.
La Unión Soviética de Josef Stalin promovió en su zona, un gobierno comunista encabezado por Kim Il-sung -el abuelo-. El Sur, fue gobernado por otro dictador Synghman Rhee y los esfuerzos destinados a la unificación se evaporaron.
El triunfo comunista en China, encabezado por Mao Tse-tung, fue determinante para la autorización conferida por Stalin a Kim para invadir el Sur que comenzó el 25 de junio de 1950. China apoyó con tropas y equipos a Corea del Norte y las Naciones Unidas a Corea del Sur, básicamente con tropas y armamento de Estados Unidos, pero también con participación de militares de distintas naciones, entre ellas, Colombia.
La guerra duró hasta l953 con invasiones de un lado y del otro para concluir con un armisticio -no un tratado de paz- en los límites aproximados del paralelo 38.
Desde entonces, hasta 1994, el armisticio funcionó, pese a las escaramuzas militares y los intentos de asesinato de líderes del Sur por parte de los norcoreanos. Durante todo ese tiempo -29 años- Kim Il-sung -el abuelo- gobernó el Norte con mano de hierro y estableció un culto a su personalidad que no admitió ninguna fisura, ni siquiera una investigación seria sobre su carrera política. En realidad fue “puesto” en el poder por Stalin. Eliminó a todos sus oponentes -los hizo desaparecer- y pobló al país de campos de prisioneros políticos.
La megalomanía de Kim no tuvo límites. Se hizo llama el “iluminado por el sol” y hasta inventó una ideología, el Juche, que no era otra cosa que cerrar el país al comercio exterior. Para completar la autocracia designó a su hijo Kim Jong-il -el hijo- como su sucesor para después de su muerte.
Como era previsible, la autosuficiencia del Juche fracasó, algo que jamás reconoció. Por el contrario, endureció aún más el régimen y sentó las bases para crear una fuerza militar nuclear, mientras las hambrunas se abatían sobre el país.
Kim -el abuelo- murió en 1994 y fue sucedido por Kim Jong-il -el hijo-. Como en el caso del abuelo, la biografía del hijo fue manipulada -un relato- para dotarlo de una gloria fraudulenta. Nuevamente, se repitió el culto a la personalidad.
Por último, y a la muerte de Kim -el padre- se hizo cargo del poder Kim Jong-un -el nieto-, en diciembre de 2011.
Así, al día de la fecha, Corea del Norte no ha conocido otro gobierno que la tiranía de los Kim -abuelo, padre e hijo- en lo que resulta una dinastía comunista hereditaria.
El presente
En diciembre pasado, Corea del Norte lanzó un cohete al espacio con la excusa de orbitar un satélite meteorológico. Para la comunidad internacional, se trató de un misil de largo alcance, capaz de transportar una ojiva nuclear.
El 13 de febrero procedió a explotar una tercera bomba nuclear subterránea, en lo que fue calificado como un ensayo exitoso. Veinte días después el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, con el voto incluido de China y Rusia condenó el hecho y dispuso sanciones financieras al régimen norcoreano.
Entonces, comenzaron las amenazas y lo hechos militares simbólicos. El gobierno de Kim -el nieto- habló de ataque nuclear contra Estados Unidos, de guerra con Corea del Sur. Por la época, comenzaron las maniobras militares anuales conjuntas de Estados Unidos y Corea del Sur. El hecho fue interpretado por los norcoreanos como una provocación, sobre todo a partir de la presencia de aviones furtivos -indetectables- en los cielos del Sur.
Kim -el nieto- contestó con la designación de una isla surcoreana como primer blanco de la eventual guerra, con el despliegue de su fuerza área, con tests de misiles de corto alcance, con videos propagandísticos que mostraban un ataque sobre la Casa Blanca en Washington.
Hasta allí, cierta normalidad dadas las clásicas retóricas guerreras de las dictaduras familiares norcoreanas. Pero, la escalada subió varios tonos, cuando Kim -el nieto- amenazó con atacar bases norteamericanas en Guam y Japón, cortó las comunicaciones con Corea del Sur, denunció el armisticio y declaró la vigencia del estado de guerra con su vecino sureño.
Luego, bloqueó el acceso de surcoreanos al complejo industrial de Kaesong, ubicado a diez kilómetros de la frontera en territorio norcoreano y conformado por empresas del Sur. En el complejo trabajan 55.000 norcoreanos bajo el mando de unos cientos de ingenieros y técnicos surcoreanos.
El gobierno de Kim -el nieto- anunció, además, la reanudación de actividades -paralizadas desde el 2007- de la central nuclear de Yongbyon, capaz de producir plutonio para las bombas nucleares e instaló un segundo misil de alcance medio en su costa oriental capaz de alcanzar Japón.
Estados Unidos respondió con más vuelos de aviones furtivos, con el traslado de unidades navales a la península, con el despliegue de una defensa misilística y con la reafirmación de su compromiso de defender a Corea del Sur y a Japón. Por su parte, Corea del Sur subió el tono de la guerra verbal cuando por boca de su presidente, la conservadora Park Geun-hye, prometió una “violenta respuesta” al Norte en caso de provocaciones.
Y así estamos. Con la guerra, por ahora en los labios y no en los hechos, pero con preparación militar para el enfrentamiento. ¿Llegará?
El futuro
Ningún analista considera probable a la conflagración. La escalada verbal norcoreana no está respaldada, en los hechos, por un poderío militar de significación. No obstante, nadie descarta alguna salida desesperada.
Corea del Norte posee capacidad para atacar Corea del Sur y Japón y sus misiles, hasta podrían alcanzar, Alaska, Hawai y, tal vez, la costa oriental de Estados Unidos. Pero, su tecnología balística no es precisa, su capacidad nuclear es limitada y la respuesta norteamericana sería desvastadora. Corea del Norte puede dañar, pero no ganar. Por tanto, la posibilidad de pasar de las palabras y los gestos a los hechos es baja.
No obstante, el caso norcoreano deberá servir como detonante para revisar el concepto de “equilibrio del terror” que impidió durante sesenta años una guerra directa entre las superpotencias. La disuasión queda, cuando menos, en duda para el futuro.
En el mundo, hay cinco actores nucleares reconocidos en su derecho a poseer el arma atómica: Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia y China. Existen tres países que no firmaron el Tratado de No Proliferación Nuclear y disponen de la “bomba”: India, Pakistán e Israel, en este caso con una capacidad no auto admitida. Está Corea del Norte que firmó el tratado y luego lo denunció. Está Irán, acusado de enriquecer uranio para producir armamento nuclear. Y en el camino quedaron Irak, con sus instalaciones destruidas por un ataque aéreo israelí hace más de veinte años, y Sudáfrica y Libia que desmantelaron sus centrales de producción.
La disuasión sólo funciona con actores confiables. Corea del Norte, no lo es. Por tanto, no parece ser la vía adecuada para asegurar la paz del futuro.
LA COLUMNA INTERNACIONAL
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