Gustavo Peris: “Gustavito”
MOTOCICLISMO

Gustavo Peris: “Gustavito”

Gran corredor de los ´80 y los ´90. Múltiple campeón local y zonal. Incursionó en el automovilismo.

Nací en el corazón del barrio de Las Morochas, calle Paraguay entre Winter y Bolívar. Una barriada hermosa, grandes vecinos, la mayoría mal llamados Turcos. Se lo conocía en realidad como el barrio de los Turcos, porque los inmigrantes –la mayoría siriolibaneses- se habían radicado en su mayoría acá, entre los clubes Argentino y Mariano Moreno. Fui a la escuela Normal.

En el barrio se jugaba a la pelota. Calles de tierra, armábamos los arquitos y a mí, con la altura que tenía, me mandaban al arco. Me gustaba atajar, tirarme.

Pero se jugaba mucho a los autitos de carrera. Venían los Torino, los Falcon de plástico, y nos íbamos a las gomerías a buscar las cámaras pinchadas que ya no les servían más para hacer las ruedas delanteras de los autitos.

Le poníamos peso con masilla, piedras o lo que fuera para que rajaran más. Se corría la vuelta manzana, buscando las que eran más parejas, desvelando la siesta de los vecinos.

Fue una época muy linda. Yo tenía tres años y mi abuelo, un precursor de la época, me hizo un karting, pero no de los comunes que se doblaba con los pies y tenían dos correíta.

Él hizo una estructura de caño con una butaca y con volante. Le puso atrás del respaldo del asiento como si fuera un inflador que lo cargaba con aceite y le daba bomba para darle lubricación a los bolilleros y así hacer que el carrito corriera más rápido.

Siempre me gustó correr. Íbamos a la vuelta de la placita Uriburu, frente al colegio Normal. Después me despertó un poco de pasión el automovilismo. Un tío que vivía en Rufino era acompañante de Pepe Morán, un gran corredor de TC de la época de Eusebio Marcilla. Una vez vinieron asentando el auto de Rufino a Junín y me subieron al auto para dar una vuelta. Y el estar ahí arriba con ese sonido para mí fue un disparador.

Luego otro tío con un amigo armaron una moto como para correr ellos. Fuimos al circuito de Uocra, donde ahora está el velódromo, a ver cómo andaba. Y me ofrecieron dar una vuelta.  Resultó que cuando anduve yo me habían controlado el tiempo y era el mismo que hacía Juan José Rabbet de Colón, que era el campeón de 50cc en ese tiempo.

Y me hicieron correr a mí la moto. Fui con 13 años a escondida de mis viejos. Gané la serie. Y en la final estaba ahí nomás de Rabbet y un compañero de él me sacó de la pista. Fui a dar contra el alambrado porque se me terminó el circuito.

A partir de ahí, lejos de amilanarme, tomé coraje y comencé a correr en la Laguna de Gómez.

Tuve la suerte de dar con muy buenos mecánicos.  Se armó una moto en serio. Un grupo de colaboradores me ayudó a comprarme el traje, el casco, las botas, los guantes. Éramos humildes, no estaban las posibilidades de ahora.

Se corría todos los domingos en la Laguna y me empezaron a invitar a los nocturnos de Pergamino, en Venado Tuerto, siempre con 50cc. Gané un montón de carreras acá en la zona.

Tuve suerte de que Rubén Carosio tenía una moto de 100cc, que en ese entonces tenían 18.000 revoluciones por minuto. Unos motores fabulosos. La preparaba Héctor Alfonso, gran amigo y excelente persona que nos dejó no hace mucho. Y me invitó a correrla.

Y en la primera carrera en Junín gané la serie y la final. Ya no paramos más. Fuimos al CAM, el Campeonato Argentino, pero siempre con la dificultad económica en el medio. Nunca pudimos pelear un certamen argentino porque faltábamos a muchas carreras. No teníamos en qué ir. Pero las que corríamos, siempre estábamos en el podio. Era fija.

Siempre dependíamos de algún amigo que nos llevara con el auto de él. Le metíamos el tráiler atrás y salíamos.

En una época en el CAM, una gente de Mercedes tuvo problemas con el piloto de una 200cc y me ofrecieron correrla. Hice algunas carreras.

La diferencia de una cilindrada a otra era increíble. Cuando salté de la chica a la de 100cc tenía que largarla en segunda porque o quedaba patinando o se me daba vuelta. La potencia era tremenda. Y ni hablar cuando corrí la de 200cc, había que tener mucho control con el acelerador.

En los circuitos del CAM que eran óvalos firmes, de promedio se hacían 1230 kilómetros por hora.  O sea que al fondo de la recta se alcanzaban los 150 kilómetros por hora. 

Tuve la suerte de correr en el autódromo con el equipo Kawasaki. Tuve una caída importante. Se pegó el motor en una clasificación y salí volando. Sufrí hasta un paro respiratorio, con pérdida de conocimiento. Lógicamente que me lo contaron.

Corrí casi hasta los 30 años. Porque incursioné en el automovilismo con la fórmula Renault Nacional. Un amigo, Carlos Saso, tenía un auto de carrera y me ofreció correrlo. Hice algunas carreras en el autódromo de Buenos Aires, en Santa Rosa (La Pampa), y anduve en el montón. Pero siempre volvíamos a lo mismo: la posibilidad económica era agobiante. Una peña, un asadito, y todos colaboraban.

Pero la experiencia fue hermosa, viví todo con el corazón. Disfruté cada vuelta con la moto, con el auto, fue increíble.

Lo más maravilloso fue que me dejó una legión de amigos. Inclusive ahora hay un grupo de veteranos que hicieron un grupo por redes sociales y, cuando hay alguna carrera importante por el CAM, nos juntamos todos. Y los que tienen motos de la época la llevan y dan una vueltita. Hermoso revivir todo eso hoy en día.<

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